Una sociedad que cierra sus librerías, cancela sus programas culturales o abandona sus teatros, museos y galerías, es una sociedad enferma que se encamina a un estado de atontamiento y modorra intelectual que la convertirá, inevitablemente, en tierra fértil para despotismos y tiranías.
La sociedad que no valora a sus artistas, que menosprecia la palabra escrita y desdeña su cultura, está condenada a soportar populistas dicharacheros, dictadores folclóricos o cualquier otro garabato mesiánico que caiga con ínfulas de amo y señor.
Esa sociedad, la nuestra, sufrió una década de derroches, fanfarrias, insultos, abusos y persecuciones germinados precisamente en el desprecio por la cultura y el deterioro de su sistema educativo.
Esta sociedad es la que deja morir de inanición a sus artistas, la que paga sueldos miserables a sus profesores, la que desconoce a sus poetas y narradores, la que olvida a sus cineastas y relega a sus músicos. Esta sociedad es la que financia los programas más burdos y vergonzosos de los medios, pero le niega su aporte a cualquier manifestación cultural porque “eso no vende”.
Hace algunos días se anunció que el espacio radial ‘Sueños de Papel’, que se transmitió durante trece años en una de las estaciones de mayor audiencia de la ciudad de Quito, saldrá del aire por falta de auspicios. Las redes sociales explotaron de inmediato en apoyo a la escritora Juana Neira, promotora y conductora de ese programa dedicado a los libros y sus autores. Y, por supuesto, muchos lamentamos que otro de esos espacios deba cerrar su puertas o dejar de emitirse, pero pensemos ¿qué hizo cada uno de nosotros para que esos espacios se pudieran mantener? ¿Qué hicieron todas esas personas que mostraron su pesar, muchas de ellas con influencia o capacidad de decisión en empresas solventes del país, para apoyar aquel programa sobre libros o ese otro que hablaba de música clásica, o aquella pequeña sala de teatro que ya no está abierta, o esos museos que sufren para cubrir los costos de mantenimiento de sus piezas y apertura de sus exhibiciones? O, quizás, hablando con franqueza, mejor deberíamos preguntarnos: ¿si en realidad nos importa algo la cultura?
Y, la respuesta es no, no nos importa un carajo que se deje de escuchar o ver un programa cultural, o que los artistas plásticos no consigan materiales a precios razonables, o que los escritores no tengan quien se interese por sus obras y deban pagar a las malas editoriales locales para publicar sus propios libros… No nos importa porque, en nuestra inconmensurable ceguera e infinita estupidez, solo pensamos si la cultura o la educación nos podría ayudar a vender más o si podemos conseguir más votos a costa de ellas, y no nos damos cuenta de que todos somos culpables, en consecuencia, de ser como somos y de estar como estamos: incultos, conformistas, mediocres, sumisos, cómodos, insustanciales, resignados…
Y, mientras tanto, los ‘Sueños de Papel’, hoy son nuevos sueños rotos.