Nada demuestra más el trágico desfase entre los rápidos avances de la ciencia y el lento caminar de la moralidad, que el armamentismo. Nada evidencia mejor la falta de visión social y la corrupción de los gobernantes que los desmedidos gastos en armas en perjuicio del desarrollo social, económico y humano de sus pueblos. Los países pobres gastan en armas más de 100 mil millones de dólares cada decenio y los principales vendedores son Rusia, EEUU, Francia y China.
De todos los seres vivos, el hombre es el único que fabrica armas para acrecentar su fuerza ofensiva. Sus primeras armas fueron las contundentes, las punzantes y las cortantes. Después vinieron las armas a distancia: flechas, hondas, catapultas, dardos, bodoqueras, cerbatanas. A partir del invento de la pólvora por los chinos -a mediados del siglo XIV- comenzaron las armas de fuego, que revolucionaron el arte de matar al prójimo. El poder destructivo de ellas aumentó incesantemente. Vino después el desarrollo de las armas químicas y biológicas, catalogadas por las NN.UU. como “armas de destrucción en masa” por su amplio e indiscriminado efecto exterminador.
En 1945 se inició la era atómica basada en la fisión y fusión del átomo.
Y hoy la electrónica está revolucionando la construcción de armas y el arte de la guerra. La industria aeronáutica de Israel desarrolló el primer prototipo de avión de combate sin piloto, con capacidad de “tomar decisiones”. En la guerra de Afganistán -las guerras han sido laboratorios de prueba, experimentación y perfeccionamiento tecnológico de las armas- los EEUU probaron la bomba más poderosa -conocida como “Massive Ordnance Penetrator”-, para demoler profundas instalaciones nucleares subterráneas. El Pentágono ha desarrollado el avión experimental no tripulado X-43A capaz de alcanzar 11.000 kilómetros por hora -o sea nueve veces la velocidad del sonido-. Este hecho ocurrió 57 años después de que el piloto militar Charles Yeager, en un aparato Bell X-1, rompiera la barrera del sonido -1.223 kilómetros/hora-, en lo que fue una gran revolución de la aerodinámica.
Hay otras armas alucinantemente eficaces, como las microondas de alta potencia y los virus informáticos para trastornar los sistemas electrónicos, los infrasonidos de muy baja frecuencia capaces de producir náuseas, desorientación e incluso ataques de epilepsia, los ácidos extremadamente cáusticos que alteran la estructura molecular de los metales, las armas isotópicas con radiaciones gamma, alfa o beta de efectos perniciosos sobre los seres humanos, las armas cibernéticas para descomponer los sistemas electrónicos y sembrar el caos en un país, respecto de las cuales hay además la legítima preocupación de que pudieran degenerar en armas “no letales” para regimentar políticamente a los pueblos y someterlos a la obediencia absoluta.
¡Y todo esto, no al servicio de la vida, sino de la muerte!