No es la primera vez que la comunidad internacional se hace de la vista gorda. Lo ocurrido después del aniquilamiento de más de 1 400 personas por el uso brutal de armas químicas de parte del presidente de Siria, Bashar al Assad, deja en claro las prioridades de la comunidad internacional, la obsolescencia de las Naciones Unidas y el principio que ahora rige en el llamado “nuevo orden internacional”.
El principio de “responsabilidad de proteger”, incorporado por la ONU en 2005, el cual faculta la intervención de la comunidad internacional en un país donde se han violado los derechos humanos, ha quedado en el olvido. El gran triunfador ha sido el Presidente de Rusia. Vladimir Putin ha parado la intervención de los EE.UU., ha centrado la discusión en el progresivo pero irrealizable proceso de desmantelamiento del arsenal químico de Siria y finalmente ha mantenido intactos sus intereses estratégicos en ese país y Medio Oriente.
Incluso Putin se ha dado el lujo de cuestionar el “excepcionalismo” norteamericano y al mismo tiempo dejarlo desubicado. En un reciente artículo publicado en el New York Times ha hablado de la necesidad de ser “prudentes”, pese a que el 2008 no tuvo empacho de violar el derecho internacional al invadir Georgia con argumentos realmente débiles.
El nuevo orden internacional no está guiado por principios sino por intereses. Eso se aprecia en la decisión de la mitad de los países del G-20 recientemente en San Petesburgo de no firmar la declaración que condenaba el uso de armas químicas en Siria.
La decisión de intervenir en Siria no es fácil. Por un lado hay el peligro de que una eventual intervención extranjera pueda encender la mecha en toda la región. Por otro, el problema sirio es más complicado de lo que aparenta. La lucha entre facciones entre la minoría alauita con los sunitas se remonta al pasado, volviéndose mucho más complejo el problema cuando se constata que estos grupos tienen ramificaciones en varios países de Medio Oriente.
Aunque una guerra nunca va a ser una alternativa, la intervención de los Estados Unidos pudo haber tenido varios efectos. A más de lograr un posible debilitamiento del régimen de Bashar al Assad, poniendo freno a la masacre que hasta el momento ha cobrado más de cien mil víctimas, disuadiría a otros actores no necesariamente democráticos de los efectos que puede tener irse más allá de los límites, logrando al mismo tiempo recuperar el liderazgo norteamericano a escala internacional.
Lo ocurrido en Siria, más que confirmar la existencia de un mundo multipolar y anárquico, pone en evidencia la debilidad del imperio norteamericano y la poca pericia que en estos casos ha tenido su diplomacia. Su rol en el escenario internacional ha sido socavada por actores como Putin que no buscan la consolidación de un orden internacional basado en principios y valores universales, sino en intereses.