La causa central fue esa destructiva mezcla de dogmas ideológicos e ignorancia de leyes económicas centrales: la de la oferta y la de la demanda.
Es por la combinación de esos dos factores (dogmas e ignorancia) que dispararon el gasto público y destruyeron la economía nacional.
Cuando las finanzas de un gobierno se ven inundadas por ingresos provenientes de un altísimo precio del petróleo, la reacción no necesariamente tiene que ser disparar el gasto público.
Pero el hecho es que se gastaron todo lo que llegó del petróleo.
Además, subieron fuertemente los impuestos. Las recaudaciones tributarias el año 2015 fueron 2,2 veces más altas que en el año 2006 (obviamente descontando la inflación).
Pero no contentos con altos ingresos petroleros y tributarios, se endeudaron para así poder gastar más. La deuda pública del 2015 fue casi exactamente el doble que en el 2006 (también descontando la inflación).
Con todo ese dinero (del petróleo, de los impuestos y del endeudamiento), sumado al convencimiento de la izquierda de que mientras más grande sea el Estado, mejor estaremos, dispararon el gasto público.
Pero se olvidaron de que una cantidad tan enorme de dinero iba a tener efectos importantes tanto en la oferta como en la demanda en el país.
En la demanda, cuando el dinero llegó a manos privadas, la gente quiso comprar más, pero solo una parte de esa demanda podía ser saciada con producción local, por lo que el país empezó a importar cada vez más para cubrir esa creciente demanda.
Y las importaciones del 2014 fueron, oh sorpresa, el doble que en el 2006 (siempre descontando la inflación).
Y cuando la demanda sube, los precios suben. Por eso, entre junio 2007 y junio 2015, el Ecuador acumuló 45% de inflación, mientras que en el mismo período EE.UU. acumuló solo el 15%. O sea, nos encarecimos incluso con el único país que no nos puede devaluar.
Y cuando la demanda sube tanto, las empresas buscan subir su oferta. Pero producir en este país es complejo y costoso. Pero como había tanta plata que podía ganarse atendiendo a estos ávidos consumidores, las empresas enfocaron su oferta a atenderles y el cambio de la matriz productiva fue hacia crear grandes centros comerciales donde se vendían costosos y elegantes productos importados.
Pero para mantener esa matriz productiva, diseñada para un país mareado de consumismo, se requería de altos precios del petróleo. Requería de esa droga llamada ‘rentas petroleras’ porque sin ella no podía vivir.
Pero esa droga se acabó.
Y hoy, oh patria, tu matriz productiva, es la herencia de los años del derroche feliz: un paraíso para los consumidores, pero sin plata para consumir. Y sin la droga que mataba las penas, que cubría los déficits, que disimulaba las ineficiencias, sufrimos hoy el síndrome de abstinencia feroz.