Vivimos, políticamente hablando, un tiempo denso y pastoso, en el que se repiten de forma machacona los temas, los temores y las ansiedades. No hay entrevista o artículo de opinión que no hable de enmiendas, reformas, transitorias, movilizaciones sociales, buenas intenciones o posibles trampas… ¿Qué será? Como dice el viejo dicho castellano: “En este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira, todo es según del color del cristal con que se mira”.
Es evidente que los cristales del Gobierno y los de la oposición difieren notablemente. Los primeros están hechos para mirar de cerca, de tal manera que parezca que todo es nítido y definido. Los segundos son cristales para mirar de lejos, cristales de oposición, que tienden a percibir el horizonte indefinido y borroso. La cosa es bien relativa, pues según la claridad de cada cual o, simplemente, según sus intereses, lo evidente pueden ser confuso y lo confuso, evidente. ¿Qué toca? Pues, mal que le pese a los partidarios del discurso único, toca ser críticos y no confundir derechos con prestaciones, socializaciones con consultas, propagandas con realidades…
Como quiera que lo que está de fondo son las elecciones del 2017, no estará mal dedicar un poco de tiempo para reflexionar acerca de los electores y de los elegidos, de los que tienen la responsabilidad de votar y de quienes van a asumir el noble oficio de gobernar (transitorios o permanentes) por el bien de todo el país.
Mi temor es por algo que, a la postre, resulta evidente: que entre tanta declaración, estrategia y componenda, defensa de lo propio y desprestigio del contrario, nos olvidemos de lo fundamental, de que la vida pública es como una sinfonía, donde hay que olvidarse de uno para estar pendiente del conjunto.
Lo cierto es que no se puede separar el servicio de la gobernanza, pues si se divorciaran, se olvidaría el principio de subsidiariedad (recuerden una vez más las palabras del Papa en San Francisco) y querría hacerlo todo uno mismo sin dejar lugar a la participación de cada cual. Si no se escuchara la preocupación del pueblo, no se respetara la ley, la libertad de expresión y el derecho de participación, habría que hablar de irresponsabilidad y de dejación del ejercicio de autoridad. Entonces, la autarquía estaría servida…
Gracias a Dios, la vida política no es un sainete. Es verdad que en la palestra se cuela siempre algún que otro impresentable, alguno que desafina y desacredita el nombre de la orquesta, es decir, la reputación de la clase política (ay de aquellos que fueron elegidos para servir y solo se preocupan de ser servidos). Pero siento yo que la gran mayoría de los hombres y mujeres que se dedican a lo público son personas probas, responsables y consecuentes con sus principios. Para ellos va la insistencia, pues ellos son la garantía de que el Estado de derecho prevalezca sobre la codicia del poder.