Casi en cualquier domingo, generalmente al mediodía, Luis Fernando Saritama (Loja, 1983) se gana mucho más que las simples palmas del público y devenga muchísimo más que el sueldo. Se gana que miles y miles de aficionados, por lo general desde las localidades más populares, coreen su nombre después del partido y le griten para que se acerque a recibir una siempre bien conquistada ovación. Se gana también que los niños le pidan autógrafos a la salida del estadio y que quieran llevar su número, el 10, claro, en la camiseta. Que quieran ser como él’
Si su equipo pierde, Saritama se lo echa al hombro. Circula frenéticamente por toda la cancha, lucha con el cuchillo entre los dientes por cada balón, disputa cada jugada con fuerza pero con lealtad, nunca con mala fe ni con violencia. Si el rival va por las canillas, Saritama busca con ansias la pelota. Si el rival pierde la cabeza, Saritama se vuelve más cerebral y más imaginativo que nunca. Saritama rara vez -nunca, en verdad- reclama en exceso, ni pega ni se descontrola ni pierde la brújula. Se da modos, incluso en las peores circunstancias, en los minutos más difíciles, de conservar los estribos. Si el marcador es adverso, Saritama se pone el uniforme de gladiador: circula de un área a otra en pocos segundos, suda a mares, alienta y arenga a sus propios compañeros, quiere cobrar todos los tiros libres y estar involucrado en absolutamente todas las jugadas. Cuando su equipo pierde, Saritama es un perro de presa.
Si el equipo gana, aparece el Saritama visionario. El Saritama estratega que comanda a sus tropas con inteligencia y abnegación. El capitán de capitanes. El líder congénito que mira toda la cancha y la analiza, como si se tratara de su ancestral dominio, de su coto personal. El Saritama que sabe que el césped recién cortado es su escenario natural y su feudo. Aparece el Saritama exquisito, el de los pases milimétricos y rigurosos, el de los centros precisos. Se exhibe el Saritama polifuncional -no tiene sentido discutir si es un enganche o un volante de creación- de guante blanco.
Y a veces, en los días buenos, Saritama hace las veces de director de orquesta, batuta en mano y pelota en los pies. Al minuto siguiente da la sensación de que él es el único jugador en la cancha, casi el único conocedor de la cambiante lógica del fútbol.
El Saritama que sabe mejor que nadie que el fútbol es un arte, su arte.
No cabe duda, por la combinación de todos esos factores: lealtad, sacrificio, visión, apego a la camiseta, espíritu incombustible, Luis Fernando Saritama, el de Loja de mil novecientos ochenta y tres y el de Quito dos mil ocho y dos mil nueve, es símbolo.