En esta América morena, diversa, mágica y piadosa, la realidad desborda la ficción. Es más, la ficción se torna en realidad. Las “tetas asustadas” definiendo historias personales o colectivas; los sicarios rezando antes de su macabra acción; las apariciones diarias de niños o vírgenes milagrosas en servilletas o troncos; los macondos con aeropuertos sin vías de acceso; los poderes vigorizantes del trago de las “siete pingas”; los políticos elevados a los altares… marcan de color y locura nuestras historias.
Comprender a América Latina demanda grandes esfuerzos.
Los sociólogos, antropólogos e historiadores quedan cortos en sus teorías y metodologías, más aún si la piensan como burócratas o aduladores del poder.
En este desquicio son más oportunos los psicólogos. Y quizá los más acertados son los literatos, los novelistas y poetas.
Cuánto he pensado en García Márquez en estos días al leer las noticias que llegan de Venezuela.
Pero quizá el más recordado es el argentino Tomás Eloy Martínez que nos regaló esas deliciosas descripciones en “La novela de Perón” y en “Santa Evita”. De esta última quiero compartir algunos párrafos: “Entre mayo de 1952 -dos meses antes de que muriera (Eva Perón)- y julio de 1954, el Vaticano recibió casi cuarenta mil cartas de laicos atribuyendo a Evita varios milagros y exigiendo que el Papa la canonizara”… “En los pueblos perdidos de Tucumán, recuerdo, mucha gente creía que era una emisaria de Dios.
He oído que también en la pampa y en las aldeas de la costa patagónica los campesinos solían ver su cara dibujada en los cielos” …”Que el Santo Pontífice tardara en admitir una santidad tan evidente era -leí en los diarios- una afrenta a la fe del pueblo peronista”.
“Por esos años, todas las adolescentes pobres de Argentina querían parecerse a Evita. La mitad de las chicas nacidas en las provincias del noroeste se llamaban Evita o María Eva, y las que no… se teñían el pelo de rubio oxigenado”.
“En los seis primeros meses de 1951, Evita regaló veinticinco mil casas y casi tres millones de paquetes que contenían medicamentos, muebles, ropas, bicicletas, y juguetes. Los pobres hacían fila desde antes del amanecer para verla”… Los chicos aprendían a leer y a escribir con libros que les hacían repetir: “Evita me ama. Evita es buena. Evita es un hada. Yo amo a Evita…”.
Culto a su persona.
Se entusiasmó en levantar una gigantesca estatua con su figura en el centro de Buenos Aires.
Tal monumento debía duplicar el tamaño de la estatua de la Libertad de Nueva York.
“Así yo me sentiré siempre cerca de mi pueblo y seguiré siendo el puente de amor tendido entre los descamisados y Perón”.
“La acusaban de fomentar la adulación y la censura, de convertir a los sindicatos en sirvientes de su voluntad, de suponer que Perón era Dios”.
Pues, a leer a Tomás Eloy.