Responsabilidad Social (RS) es un tema que, como otros a su tiempo, ha suscitado múltiples interpretaciones y actitudes. Sin embargo de su progreso, con paulatino avance durante los últimos 12 años, se ha ido afianzando con base en iniciativas de aceptación mundial; pero aún es un campo de errónea aplicación, de superficialidad, de maquillaje de imagen y hasta de descargo de conciencia.
Entre varios esfuerzos locales sobre RS: tímidamente, pero sí aparece en la Constitución de nuestro país; la Superintendencia de Bancos y Seguros insta a sus controlados a ejercerla; el Ministerio de Coordinación de Producción, Empleo y Competitividad lanzó dos sellos concernientes; existe la Ordenanza Municipal 333 del DMQ, que motiva su aplicación y sus buenas prácticas; todo eso, y más, denota esfuerzo para incentivar su práctica.
Si es que se ha prodigado voluntad y afán sobre la RS, mundial y localmente, ¿por qué aún no se la implementa, como es debido -salvo pocas excepciones-, en las organizaciones públicas y privadas? ¿Será, quizás, porque subsiste desconocimiento, en especial, en las cúpulas de las instituciones que, al escuchar “social”, perciben acciones de caridad, limosna, en definitiva, gasto que mengua sus cuentas de resultados o de superávit? ¿Podría ser también que, por muy enterados, saben que la RS reclama un cambio profundo de cultura que no quieren acometer? Por otro lado, aún persiste -creemos que para bien- el carácter de voluntariedad para aplicar la RS; no hay -a más del deber moral- una explícita obligación de hacerlo y, de existir ésta, qué pena que solo se utilicen paños tibios, es decir, un “cumplo y miento”, en vez de un cumplimiento cabal, serio, técnico y metodológico. Qué bien que varias organizaciones, en especial del sector privado, reporten periódicamente su RS con base en guías de aceptación universal; pero eso no significa que sean socialmente responsables, falta aún más para que logren esa apetecida licencia social para operar.
“Solo lo que se puede medir se puede evaluar y, lo que se puede evaluar, se puede mejorar”, es una máxima en quienes ansiamos objetividad para calificar a las empresas como “socialmente responsables”; existen normas y guías que son resultado de años de esfuerzo, investigación y consenso, de sencilla aplicabilidad, al margen de pretender -de ser el caso- un premio o una certificación, contribuyen a una práctica trascendente de RS, por ende, de profunda mejora organizacional.
Discutible resulta aquella ostentosa publicidad difundida en los medios donde, ciertas empresas, se autocalifican como “socialmente responsables”, cuando los únicos llamados a dictaminar semejante veredicto son sus grupos de interés, en especial, los más sensibles: su público interno, sus clientes, sus proveedores y su comunidad relacionada.