Conocer de cerca, in situ, la realidad de China, tanto la poderosa continental y antes la pujante y no menos grande, aunque sea pequeña territorialmente, Taiwán, permite destacar el encuentro hace poco entre los presidentes de los dos países, Xi Jinping y Ma Ying-jeou. Los dogmas y los mitos se rompieron con esta cita histórica en Singapur en pro de una agenda que busca la paz, la estabilidad de un mismo pueblo dividido entre el continente y la isla y el desarrollo económico, que ha sido fundamental para los dos y cada cual por su lado ha demostrado el poderío chino que otros países quisieran tener.
Los rumbos políticos distintos, a raíz del establecimiento como república en 1949, marcaron una ruta dura, difícil y diferente pero pujante para los dos y en el camino a través de los años les hizo transitar por un sendero de impulso económico y social. Hoy les juntó, no solo para romper los hielos y los recelos y evocar el pasado sino, lo más importante, mirar al futuro con esfuerzos de paz y desarrollo. Como debieran observar los gobernantes estadistas que en nuestra región solo miran el pasado para denostarlo y justificar sus ineficacias cuando ya son parte del pasado.
Al recorrer la República Popular de China se observa el gran desarrollo de las últimas décadas, que no para porque tiene aún problemas pendientes en el campo y, además, debe atender a una población cercana a 1 400 millones de habitantes. Su desarrollo le ubica en el primer mundo, detrás de los EE.UU., con un crecimiento que les preocupa, porque ha bajado al
6 % anual, que nuestros países en América Latina quisieran tener. Se dedican a la política pero dejan que funcione la economía y el mercado, con señales claras de estabilidad y confianza.
Taiwán también ha logrado un gran desarrollo económico y social y por ello se ubica entre las 11 potencias comerciales más grandes del mundo y entre las seis más importantes en Asia. Tanto en el continente como en la isla no solo hablan, sino hacen y trabajan duro y ofrecen resultados. Han demostrado pragmatismo al romper tabúes, en medio de las críticas que de lado a lado se han dado y seguirán inevitablemente. Y enseñan que ningún país puede en la actualidad sobrevivir solo, en medio de un mundo globalizado.
El ejemplo debiera ser comparado en América Latina y evaluar, más allá de la parte conceptual y de discursos que pululan en la región, cuáles son los resultados concretos, no solo políticos sino de unión económica. Tener sueños y utopías será siempre importante pero también tiene que aterrizarse y dejar el bla bla.
En este sentido, qué arroja concretamente Unasur, que con tanta pompa se ha promocionado. Qué decir de la débil Comunidad Andina, que no se sabe para dónde camina cuando ya no están por sesgos ideológicos ni siquiera todos sus creadores, que se estableciera en mayo de 1969 como Junta del Acuerdo de Cartagena.