Al cumplirse 30 años de la muerte de Jaime Roldós y su queridísima esposa Martha, mi memoria iconoclasta los recuerda por su dignidad y su pulcritud.
Fui el primer ministro de Salud del joven demócrata que llegaba a la Presidencia luego de dos dictaduras militares consecutivas. Le esperaba un país políticamente inmaduro que apenas contaba con dos instituciones civiles, el Banco Central y el IESS. Por su carisma, el apoyo le venía del pueblo llano, y del empuje de su partido, el primitivo y populista CFP, liderado por Assad Bucaram y sus ‘compañeritos’, unos aceptables y otros de lo peor. Ya como Presidente del Congreso Nacional, ‘don Assad’ que veía en Jaime, su sobrino político, un subalterno, no dudó en que era él quien tenía las riendas del poder. Tal es el marco de referencia para los primeros tiempos de gobierno de un presidente Roldós que fue convirtiéndose en un Cristo lanceado por sus propios coidearios.
Con las bajas del precio del petróleo, el “endeudamiento agresivo” impuesto por el ministro Aspiazu Seminario fue un desastre para la economía nacional. Si a esto se agrega que tuvimos que rearmarnos (los gobiernos militares ya lo habían hecho) ante las imparables incursiones peruanas, la situación de las financias públicas no pudo ser peor. El golpe de gracia: el incremento monstruoso, clientelar, de una burocracia, plagada de ‘compañeritos’ incompetentes y sedientos de ‘justicia’, como sucedió en el IESS dirigido por Gallegos Arens.
En materia de salud pública lo que heredó el gobierno de Roldós fue un “pantagruélico” (según opinión de la OPS/OMS) programa de construcción de edificios destinados a hospitales y la adquisición de equipos costosísimos que no respondían a necesidades reales ni a prioridades. El Instituto Nacional de Higiene y el de Nutrición en sus peores momentos. No hablemos de agua potable ni de saneamiento ambiental. Lo que si fue un legado precioso, el Programa Nacional de Medicina Rural, iniciado por el ministro de Salud Coronel Raúl Maldonado, médico.
Doña Martha fue una Primera Dama excepcional por su gran talento y dignidad. Así lo recordaba Claude, mi mujer, francesa, políglota y que sabía estenotipia. Hizo de secretaria de la Sra. Roldós los días reservados a las audiencias que habían solicitado personajes extranjeros para tratar los asuntos más diversos.
¡Eso de la memoria! Bucaram se hallaba empeñado en que el Congreso aprobara la libre importación de las medicinas, a lo cual me opuse con fuerza: nuestro país se convertiría en “el recto del mundo”, pues nos invadirían fármacos de desecho. Fui a visitarle en el Palacio Legislativo. La entrevista concluyó con palabras duras de parte y parte. Le “había perdido el respeto” y pondría en conocimiento de “Jaimesito” tal desacato. No esperé la reacción y presenté la renuncia.