Lo que ocurrió en el intercambiador de Carapungo, el miércoles 13 de enero, fue suerte. No cabe pensar otra cosa, luego de ver las imágenes que muestran el colapso de una pared que era parte de un paso elevado. Tres trabajadores sufrieron lesiones menores.
Doce días después la suerte acompañó a la imprudencia y a la falta de prevención: los ocupantes de un vehículo particular también ‘solo’ resultaron heridos, luego de que su automotor cayera en un hueco que se abrió en una de las calzadas en Chilibulo, en el sur de Quito. Ante el temor de que esto pueda ocurrir se pusieron señales que, según el Municipio, no se respetaron; pero tampoco se cerró totalmente el paso por esta riesgosa calle. Una vez que se presentó el percance se decidió instalar uno de los llamados puestos de mando unificado. Ambos hechos están relacionados con las lluvias en entornos distintos: uno vinculado con una obra vial y, el otro, con un sector en zona de riesgo.
Estas son precipitaciones relacionadas con factores climáticos particulares y no con el tan anunciado y monitoreado fenómeno de El Niño, según el Inamhi; lo que quiere decir que las lluvias fuertes están aún por venir; es decir, que la vulnerabilidad se incrementa; lo que obliga a que también se aumente la prevención, no solo en sectores y zonas considerados de riesgo. Pero la lección que deja lo de Carapungo es que la prevención debe extenderse a la obra pública y privada. La seguridad de los trabajadores debe estar por encima de los ajustes de cronogramas o apresuramientos que pueden generar no solo heridos sino luto en familias quiteñas.
Este no es tiempo de prestidigitadores ni de agoreros que avizoran lo que puede ocurrir. Solo se trata de recordar lo ocurrido en la ciudad y el Distrito, que se vincula con la imprevisión, la falta de respuestas de las autoridades municipales y nacionales y la escasa educación de la población. Hasta que esto engrane definitivamente no queda más que esperar que la lluvia no traiga “mala suerte”.