Me han preguntado por qué regreso al tema de la clase media (CM). Ante todo, porque muchos lectores de esta sección pertenecen a la CM quiteña y les gusta discutir sus problemas y reírse, como yo, de la amante bipolar. También, porque en ella se encuentran varias claves de lo que pasó en el país y el mundo a lo largo del siglo XX. Veamos unos ejemplos.
La Revolución liberal creó un ejército de CM cuyos oficiales jóvenes serían los artífices de la Revolución juliana de 1925 en contra de los gobiernos plutocráticos. Luego, como producto de la educación laica, toda una generación de profesores, escritores y pintores con inquietudes socialistas se expresaría en la amplia corriente del indigenismo. Sin embargo, el escaso crecimiento industrial del país determinó que esos sectores medios, no se diga la clase obrera, tuvieran un desarrollo muy limitado hasta los años 60.
De ese Quito curuchupa, perdido en los Andes, partí yo al San Francisco State, College, que era un centro del hippismo. Iba convencido de que el formidable desarrollo de la middle class norteamericana había sido la base de un sistema democrático caracterizado por el trabajo duro, la acumulación y la movilidad social, pero descubrí que esos muchachos desgreñados y románticos rechazaban el mundo del camello, el consumo y la guerra imperialista que les ofrecían sus padres, al tiempo que planteaban una contracultura que causó un profundo remezón del sueño americano, que era el sueño de la CM.
Luego, en 1973 fui a recalar en Chile, donde hallé la versión sudamericana de una CM atribulada en un pequeño país sacudido por la revolución socialista. Al principio, un buen sector de esa CM había mirado con buenos ojos el ascenso de Salvador Allende, pero cuando el enfrentamiento y la crisis económica afectaron su identidad y su futuro, giró a la derecha, inclinando la balanza hacia el golpe militar. Muchos estudiantes extranjeros fueron torturados y eliminados por oficiales fascistas de la CM chilena.
A estas alturas el lector se preguntará con razón qué mismo es la CM. Y ahí empiezan los problemas pues se trata de un término parecido al populismo, que dice mucho y no dice nada. Para aclararlo con datos, en 1990 plantee a un centro de estudios sociales una investigación de la CM ecuatoriana, que había cobrado vuelo con el boom petrolero y cuyo emblema era la flamante tecnocracia. Pero la socióloga que debía calificar mi propuesta me dijo con tono irónico que quería estudiarme a mí mismo cuando en ese centro estaban investigando el movimiento indígena y, sobre todo, el feminismo. Repliqué que me parecía muy bien que ella también se estudiara a sí misma y hasta allí llegamos, lo que fue una pena pues hubiéramos tenido un buen punto de partida para analizar a futuros líderes de la CM como Lucio y Rafael. (Continuará)