Han aparecido dos movimientos de restauración en el país y los dos son de izquierda, los examigos de la revolución ciudadana y la izquierda democrática.
El primero formado por exasambleístas y examigos que pretenden defender el espíritu original de la Constitución y otros valores que consideran traicionados en el ejercicio del poder. Ellos representan lo que la revolución quería ser, o lo que decía que era. Para el oficialismo son simplemente disidentes. No es un problema menor porque la oposición es más tolerable para el autoritarismo que la disidencia. Entre los fieles de la revolución la enemistad de la oposición es unánime; pero entre los disidentes puede haber amigos, críticas compartidas, fermentos activos. La revolución no tolera ambigüedades con los disidentes. Los verdaderos revolucionarios no tienen alternativa, creen o no creen, o hacen creer que creen o pasan a las filas de la disidencia.
El otro movimiento de restauración es el de Izquierda Democrática. Es un partido que murió pero con sus cenizas nutrió a la revolución ciudadana. Los restauradores sueñan en las viejas glorias de fervor ciudadano y devota militancia, pero tienen un problema con la realidad actual. Pretenden mantenerse neutros, no confrontar con el Gobierno, andar separados por un cristal invisible. Se mirarán, se medirán, pero no se destruirán. Solo se definen y marcan distancias por exclusión, es un socialismo democrático, dicen, que busca la justicia social pero sin sacrificar la libertad. Cuando se les pregunta si actualmente se sacrifica la libertad, se escabullen. Será más fácil sacarles un diente que una crítica al Gobierno.
Hasta cierto punto es razonable porque deben primero reunir las firmas, calificarlas en el CNE, reinscribir el partido y reorganizarlo con los que vuelvan. Algunas de sus figuras importantes estuvieron o están en el Gobierno o en movimientos afines. Pero ya tienen candidato presidencial. Si es el que sospechamos, está colocado en terreno equidistante entre el partido en restauración y el movimiento político del Gobierno y, eventualmente, pudiera ser apoyado por ambos. Algo se cocina, pero no se adivina la receta porque no conocemos todos los ingredientes.
El Gobierno prefiere mirar a otro lado, a las redes sociales y al humor. ¿Ellos son de izquierda o de derecha? Para el Gobierno carece de importancia, son adversarios y es lo que cuenta. Tal vez ha advertido que en las redes sociales circulan las críticas que tarde o temprano llegarán a la masa de votantes, que los humoristas siguen siendo simpáticos y provocando saludables sonrisas aunque se les agreda, se les amenace o se les multe. Entre la restauración de la derecha y la restauración de la izquierda, el humor ocupa el centro y los movimientos políticos se mueven en busca de ubicación apropiada para los tiempos de crisis.