Tamaña irresponsabilidad de aquellos que actúan reiteradamente de manera antiética e inmoral, no se percatan que su conducta incorrecta es captada por la ciudadanía, un colectivo que incluye a niños, adolescentes y jóvenes que se informan diariamente de los innumerables actos de deshonestidad: coimas, sobreprecios, adquisiciones fraudulentas y contemplan absortos el aparecimiento de nuevos acaudalados, burdos ostentosos de sorpresivas fortunas.
Si siempre se admiró y respetó la honradez por el halo de rectitud que la impulsa, en estos últimos años, se ha instaurado la constante y hábil justificación verborreica y repetitiva de cuanto suceso corrupto explota. Se pretende que en la actualidad se considere y contemple como ejemplar al que acumula riquezas inesperadamente, sin que importe como lo hizo.
Se han devaluado los valores: la honestidad, que es la expresión moral de atributos positivos y virtuosos íntegros, veraces y sinceros, se ha degradado por el peso de la deshonestidad, por la mentira, el engaño y el robo.
La modestia y el respeto, esencias de la humildad, han sido desdeñados por la arrogancia, que es el fatuo convencimiento del arrogante de ser merecedor del derecho a situarse por encima de los otros, sin admitir sus propios límites, ni aceptar críticas o debates de sus puntos de vista, pues los considera verdades absolutas.
La justicia es un concepto de rectitud moral basada en la ética, la racionalidad, el respeto a las leyes, al derecho y a la equidad. Es el conjunto de reglas y normas que establecen un marco adecuado para las relaciones entre personas e instituciones.
El poder judicial debe ser independiente, ningún gobernante deberá “meter la mano” en la justicia. Letras de granito del frontispicio del edificio de la Corte Suprema de New York, han perennizado la siguiente frase “La verdadera administración de justicia es el pilar más firme de un gobierno”. Esa firmeza se ha desvanecido, en nuestro medio, por una justicia intervenida; cunden la injusticia y el fallo parcializado que beneficia al poder político e intranquiliza el temor de muchos jueces y fiscales de perder el favor de quienes los nominan y sostienen en su trabajo.
La tolerancia es la capacidad de un individuo de aceptar conceptos o procedimientos con los que no está de acuerdo y que pueden ser diferentes a sus valores, un ejemplo altamente significativo es la conocida frase de Voltaire “ estoy en desacuerdo con tu pensamiento, pero daría mi vida por defenderlo” Ahora prima la intolerancia y no se puede disentir con el poder, pues el hacerlo da pábulo a injurias, agravios y amenazas emitidos para demeritar al que opina diferente. La sociedad y el país necesitan una conducción honesta, que respete y haga respetar los valores que engrandecen y dignifican al ser humano.