Con este título de salsa romántica quiero argumentar lo siguiente: Ecuador se vuelve a fundar cada vez que hay un cambio de ciclo político, o al menos eso nos quieren hacer creer. Ecuador, por otro lado, debería contarse entre los países más revolucionarios del mundo.
Si se ponen a pensar, es posible concluir que la historia política del Ecuador -por supuesto que se trata de una simplificación por motivos de espacio- es básicamente la historia de los turnos y estaciones de los grupos políticos en el poder (y casi todos argumentan ser revolucionarios).
Eso explica, en buena parte, por qué la historia local es fundamentalmente la historia de golpes de Estado fallidos y consumados, de asonadas, de asambleas constituyentes redentoras, de intrigas, de conspiraciones, de gobernantes encargados del poder, de jefes supremos…Una mirada rápida a un texto de historia nos lleva, con un efecto de montaña rusa nutrida de adrenalina, a los llamados a los cuarteles militares, a los pronunciamientos, a las proclamas y la atropellada y no siempre clara sucesión de constituciones (el número de cartas políticas que hemos tenido es materia de debate).
¿Se acuerdan ustedes de Manuel María Borrero? Pues bueno, el señor estuvo encargado del poder del 10 de agosto al 1 de diciembre de 1938. ¿Mariano Suárez Veintimilla? Encargado del poder del 2 al 15 de setiembre de 1947. ¿Alguno/a de ustedes se acuerda de los miembros de las juntas militares, triunviratos, pentaviratos o ‘gobiernos plurales’? No importa.
Vivimos en revolución constante. Debemos ser, de hecho, el país más revolucionario del mundo (sin que nada cambie, por supuesto). La revolución marcista (no marxista), la juliana, la gloriosa, la ciudadana. ¿Cuál será la próxima? ¿Alguien se anima a apostar?
En cambio, y para mostrar el otro lado de la moneda, los períodos de estabilidad democrática son poquísimos, como oasis. Los políticos serios, tolerantes, visionarios y con sentido de Estado, escasísimos, casi una especie en extinción. Los políticos serios, tolerantes, etcétera son muy aburridos y pierden en las urnas: preferimos los histriónicos, los capaces de pronunciar discursos y arengas, los carismáticos.
Y vivimos uno de esos períodos: un período de revolución. Ya vendrán los nuevos líderes que nos ofrecerán refundarlo todo, empezar de nuevo, borrar todo lo que sus antecesores hayan logrado, volver a construir la patria desde sus cimientos, hacer nuevas constituciones, derogar las leyes, cambiarles de nombre a las instituciones, reinventar la realidad, reconstituir partidos y movimientos, enseñarnos desde cero cómo comportarnos. ¿Quién será el nuevo mesías?
¿Quiénes serán los nuevos redentores que lo acompañen en sus esfuerzos? ¿Cuándo podremos conocer a los nuevos ideólogos? ¿Cuándo será necesario volver a implantar el país, suprimirlo todo, reinventarlo todo, reencaucharlo todo? Somos, mucho me temo, apenas un eslabón de la misma historia.