Leer y saborear la lectura. Gracias a eso aprendí a hablar, a escribir, a expresar con mayor precisión e intensidad mis ideas y mis sentimientos… Hubo un tiempo, ya lejano, en que vivía enamorado de la literatura de Ana María Matute. Y, sin embargo (así son de frágiles nuestros amores), hacía años que casi me había olvidado de su existencia. De pronto, un buen amigo me hace llegar la última obra de Ana María Matute, escrita a sus 83 años. Se titula ‘Un paraíso inhabitado’, una especie de regreso a los tiempos de la infancia, a los espacios de la inocencia.
Después de años de silencio, regresa con su novela más íntima y tierna, una indagación en la memoria de su infancia, de la niña que en el fondo nunca ha dejado de ser: la que ama los cuartos oscuros y provocaba el castigo para recluirse en la espesura del silencio.
En esa oscuridad la niña Ana María ponía a cabalgar la imaginación que, a veces, era un unicornio que dejaba huellas sobre la nieve. Es lo mismo que le sucede a Adri, la protagonista de la novela. Ella escribe en la lejanía de la vejez, “cuando estoy a punto de decir adiós a cuanto me rodea y me rodeó”, cuando uno, más que novelas, escribe testamentos.
Siento que Ana María Matute ha volcado en esta novela sus poderes: el poder de la imaginación, de la soledad, de la ternura, de la supervivencia… Hace poco declaraba: “No sé si es mi última novela, pero tengo 83 años y me paso la vida en los hospitales, que ya son prácticamente mi casa, así que cualquier día me muero. Pero aquí en la cabeza tengo muchas otras novelas, muchas ideas, mucho runrún, porque así es como nacen las novelas, con un runrún que es como el oleaje del mar aquí en la cabeza. Y ahora mismo escucho varios runrunes”.
Celebro tener entre las manos ‘Un paraíso inhabitado’ y recrear mi propia experiencia de soledad, cuando los sueños eran más poderosos que la realidad y descubría yo también las palabras que, después, me acompañaron toda la vida. Nuestra infancia no se acaba nunca. Como dice Adriana, la protagonista, “tal vez la infancia es más larga que la vida”. La infancia no es siempre un paraíso, un mundo maravilloso. Hay infancias terribles, momentos oscuros dominados por el miedo o la ansiedad. Entonces hay que inventar un mundo propio para poder respirar. Quizá en el cuarto oscuro es donde está la verdadera luz, la capacidad de inventar y soñar mundos nuevos.
La novela de Ana María Matute tiene un valor terapéutico. Leyéndola a ella he sentido un profundo alivio. Más allá de los fantasmas que atenazan la vida de un niño, me he sentido muy feliz de rememorar mi propia infancia y recordarme amado y sostenido por la voz y la caricia de los que tanto me amaron.