“Excelentísimo Señor don Alejandro Pidal y Mon, director de la Real Academia de la Lengua:
Hay, como V.E. bien lo sabe, entre la lengua que se habla y el ánima del hombre una unión tan íntima, un vínculo tan apretado, una dependencia tan recíproca, que el lenguaje viene a ser, por eso, uno como espejo vivo, en que aparece reflejada el alma, con exactitud: cultivar, pues, el idioma, estudiarlo, analizarlo y procurar conservarlo puro, genuino e incontaminado es obra civilizadora; y tanto más civilizadora cuanto (como sucede en el castellano) el idioma que se habla sea más perfecto, más rico, más variado y esté ya fijado mediante la formación de una literatura, en la cual lo que solemos llamar el fondo de las obras literarias se halle en armonía con la expresión. Una lamentable equivocación comenzó a cundir, hace algún tiempo, en los pueblos hispano americanos, y fue la de creer que también el idioma en nuestras Repúblicas debía emanciparse de España, así como las colonias se habían emancipado de la Metrópoli; confieso llanamente a V. E. que yo no puedo entender cómo se podría haber verificado semejante emancipación del idioma, a no ser que se hubiera convenido en la democracia americana en hablar una lengua del todo indisciplinada, lo cual, aunque se hubiera querido, habría sido metafísicamente imposible de realizar. Por el idioma castellano, que es el habla materna de los americanos, todavía, hasta ahora, como en los días de Carlos Quinto y de Felipe Segundo, el sol no se pone en los dominios pacíficos de esa Real Academia Española de la Lengua.
Con profundo respeto, soy de V. E., Excmo. Señor Marqués, atento servidor y capellán +Federico. Arzobispo de Quito”.
He transcrito la carta con enorme pena, en recuerdo del embajador Víctor Fagilde, amigo incomparable de la Academia, El eximio arzobispo González Suárez la envió hace 110 años, al entonces director de la RAE. Don Víctor gustó del texto, leído en 2014, al celebrar los 140 años de nuestra Academia: lo leyó y comentó gozoso.
Cuando el jueves 25 de enero, recibimos en ceremonia sencilla al actual embajador don Carlos Alfonso Abella y de Arístegui, no imaginábamos que al alba del 3l de enero, en Madrid, Víctor moriría. Amó la vida, la palabra, la belleza; con su esposa, Mariher González, inteligente escritora, recorrieron conventos e iglesias quiteños, y gozaron la paz de hosterías creadas en antiguas haciendas. Este 21 de enero, Víctor Fagilde escribió en EL COMERCIO, en artículo titulado ‘Se vienen los cambios’: “… ese futuro ni es lo que era, ni está escrito…, y citó, como en secreto, a Alberti: (sé que le gustará que complete su cita): “Si mi voz muriera en tierra / llevadla al nivel del mar/ y dejadla en la ribera // llevadla al nivel del mar / y nombradla capitana / de un blanco bajel de guerra // Oh mi voz condecorada / con la insignia marinera: // sobre el corazón un ancla / y sobre el ancla una estrella / y sobre la estrella el viento / y sobre el viento, la vela”.
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