Raúl Castro ya cumplió 80 años, pero no ha aprendido demasiado de cuando tenía 30 y vivía deslumbrado con una URSS cuyos resultados fueron desastrosos.
Ahora Raúl intenta un sistema de producción microcapitalista, sin mercado y sin acumulación de beneficios, controlado por un Gobierno comunista de partido único, sin subsidios, que vigila y cobra altos impuestos, pero a cambio espera lealtad y eficiencia de los trabajadores.
Ya puede hacerse cierto balance del raulismo, tras cinco años de mandato. Antes sólo era el hermano menor de Fidel, un apéndice subordinado a los caprichos del Máximo Líder.
Fidel lo arrastró al Moncada, a la Sierra Maestra y luego lo hizo Ministro de Defensa con 28 años, como segundo de abordo, para que continuara la labor revolucionaria, si él desaparecía.
Pero Fidel no desapareció. Se quedó medio muerto, o medio vivo, como un holograma, y deambula por Internet y la tele pergeñando textos delirantes. Mientras tanto, Raúl intenta enmendar el desastre recibido como herencia. Por la cabeza de Raúl no pasan la apertura política, aumentar las libertades individuales o permitir el pluripartidismo. Todo eso es tabú. Su idea de reforma se basa en un Estado fuerte y eficiente, libre de asalariados innecesarios y con férreo control del poder político.
Algunos diplomáticos y políticos extranjeros que han conversado con él, le encuentran grandes diferencias con Fidel. La primera es que escucha en silencio las críticas al sistema, sin apoderarse de la palabra durante horas para explicar que donde peor funcionan las cosas es en el capitalismo.
Raúl está más avergonzado de los fracasos de la revolución que orgulloso de sus logros. En privado admite que el país que le dejó su hermano está cayéndose a pedazos. En eso, al menos, es más sensato.
Pero la más intrigante de las diferencias es en el terreno de la corrupción y la ineficacia. Raúl es una especie de Robespierre cruzado con el Donald Trump de “you are fired”. Fidel podía convivir con funcionarios corruptos o incompetentes durante décadas, siempre que le fueran perrunamente leales, mientras que Raúl mantiene “cero tolerancia” con ambas actitudes y vigila, persigue y castiga a sus colaboradores venales o torpes. Sin embargo, contradictoriamente, es más dado al nepotismo y a gobernar con un grupo de generales afines y obedientes.
En todo caso, lo que Raúl no ha conseguido, hasta ahora, es organizar la línea sucesoria y crear un mecanismo respetable para transmitir la autoridad. El Partido Comunista es una olla de grillos desmoralizados. Si le da por morirse puede ocurrir cualquier cosa. Francamente, allí casi no quedan “revolucionarios”. La experiencia los ha curado deL espanto.