Se cuenta que durante la Revolución Francesa, Napoleón Bonaparte dijo de Francisco de Miranda, prócer venezolano de la independencia sudamericana, “esun quijote pero no un loco”. Conozco la anécdota gracias a mi amigo Carlos Mosquera, a quien agradezco habérmela compartido.
Qué importante resulta diferenciar entre “quijote” y “loco”. Si no lo hacemos, podemos caer en el error, que en ocasiones se da, de pensar que significan lo mismo. “Loco”, término no científico pero de uso común, denota demencia, ausencia de cordura, desconexión con la realidad. “Quijote” describe a alguien dispuesto a tratar de realizar cambios o enfrentar desafíos claramente difíciles, que hasta pueden parecer imposibles.
Quijotes, no locos, somos quienes pensamos que podemos liberar a América Latina del populismo mesiánico: no de uno u otro populista mesiánico en particular, para que luego venga otro, sino del perverso sistema sociopolítico que ellos representan; que esa liberación depende fundamentalmente de la acción de nuestras sociedades civiles; que estas sociedades civiles pueden acoger la esencia de la democracia liberal, su amable aceptación del otro, su respeto por la ley y las instituciones; que el bagaje de tradiciones y costumbres sociales no tiene por qué constituirse en camisa de fuerza que nos obliga a comportamientos inaceptables solo porque “son parte de nuestra cultura”; que una real y profunda reforma de la educación la alejará del memorismo y del adoctrinamiento y la llevará a estimular el pensamiento crítico y vigoroso, la voluntad de cuestionar a la autoridad, y la independencia psicológica; que es social y políticamente virtuoso construir consensos alrededor de ciertos principios esenciales y ciertas reglas básicas, que incluyen el respeto por las minorías, la inclusión de estas en la toma de decisiones sociales, la desconcentración y descentralización del poder político, y la alternancia en su ejercicio.
Mis alumnos, varias décadas menores que yo pero condicionados por el temor a parecer quijotes o locos, con frecuencia tildan mis ideas de “utópicas”: tal vez hasta bellas, pero irrealizables.
Cuántas ideas han parecido utópicas para luego hacerse realidad, como aquella de que es bueno educar a las mujeres, que ha permitido que hoy estén en las aulas muchas de ellas, cuando en el pasado ni habrían podido soñarlo.
Por eso me identifico con el inglés Matt Ridley, quien en su libro ‘El optimista racional’ presenta claras evidencias de que las condiciones de vida de la mayoría de personas, en todo el mundo, han mejorado mucho en los últimos siglos. Esas mejores condiciones se han dado porque ha habido cantidad de quijotes, dispuestos a buscar cambios y a enfrentar desafíos, por difíciles o hasta imposibles que hayan parecido, que hicieron mejores muchas vidas.
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