Todos los jefes de Estado o de Gobierno, en particular si se trata de aquellos de los países del Primer Mundo, dan pautas y pistas sobre su gestión y estilo. Lo hacen con una serie de gestos, amenazas, anuncios, declaraciones, acciones, medidas y normativas.
El flamante presidente de EE.UU., el magnate republicano Donald Trump, envía señales y advertencias de que tampoco escapa a esta práctica. Y la lleva a cabo con estridencia y el afán de dar golpes de efecto, como ya lo hiciera a lo largo de la campaña de cara a los comicios del 8 de noviembre, en los que venció al ‘establishment’.
Pese a los dichos, provocaciones e insultos que el político ‘antisistema’ hiciera en reiteradas ocasiones, sí llaman la atención las determinaciones que ha adoptado la nueva administración conservadora de Trump respecto de la comunidad latina.
Como es conocido, los latinos forman una de las minorías más importantes de la que se considera la democracia más representativa del planeta, pero ninguno de sus miembros forma parte del Gobierno que reemplaza al de Barack Obama.
Aunque es motivo de otro debate, ahora se ve necesario plantear esta pregunta: ¿EE.UU. constituye el mejor ejemplo de un sistema democrático, en los actuales momentos de confusión que se viven en el mundo?
Pero, ¿qué decisiones ha tomado el multimillonario que manda en Washington? En primera instancia, sorprende que de entrada haya cerrado la página digital en español de la Casa Blanca. Esta desapareció el mismo día en que el propietario del concurso Miss Universo juró a su cargo en una ceremonia cargada de fasto y de un discurso proteccionista, desteñida por la protesta anti Trump. Decisiones así se interpretan como una señal más de la ofensiva antilatina (y contra otras minorías) por parte de un político que ha demostrado su desprecio a lo diverso y a casi todo lo procedente del sur del Río Bravo (o Río Grande).
En ese escenario, se hace necesaria una respuesta firme pero tinosa de la región.