En estos días miles de jóvenes están por graduarse. Salen a flote tensiones, alegrías’ los últimos exámenes, la tesis y las despedidas. Surge el espectro del mañana con incertidumbres, dudas’ muchas dudas. Para unos será el inminente peregrinaje en busca de cualquier trabajo con un título que casi no vale nada, con la posibilidad cierta de ir a engrosar las filas de los miles de desocupados. Para otros, los más afortunados, será el ir a la universidad, pero a ¿qué carrera? ‘Y aquí, otra vez la incertidumbre. Pocos, muy pocos saben adonde ir, qué hacer con su vida.
En este ambiente, entre los jóvenes se dan grandes debates sobre su futuro profesional. Me tocó escuchar uno de ellos, en el que los futuros bachilleres decían que una de las profesiones que jamás seguirían sería la de periodista deportivo, particularmente de comentarista de fútbol. Sin duda -señalaban- que para sentarse frente a un micrófono y hablar horas de horas sobre temas tan insulsos como la lesión de fulanito o la contratación de zutanito o la “genial” jugada de menganito y levantarlos a la categoría de filosofía o de poesía y de embobar a miles, requiere de un talento especial y de una gran audacia. Relatar un partido mientras todo mundo lo ve e inventar situaciones, establecer interpretaciones ininteligibles y maltratar el idioma no es de cualquiera. El problema -comentaban- es que gracias a varios medios, algunos de estos personajes se erigen en verdaderas celebridades y pasado mañana, debido al oportunismo de los políticos se convierten en alcaldes, diputados o algo más, ya que, ciertamente, a nuestro pueblo le fascina los encantadores de serpientes: populistas y “filósofos” de la pelota, en este caso.
En las próximas semanas viviremos la magia del Mundial, pero tendremos a varios de estos relatores torturándonos con su gimnasia verbal. En fin, es el costo del placer. Sin embargo, por justicia, hay que señalar que existen excepciones. Hay buenos y serios periodistas deportivos.
No obstante, hay que elevar el nivel del periodismo deportivo, profesión noble que como otras podría ser una fuente de trabajo digna para cualquier brillante joven ecuatoriano. Sé que una universidad está tras de esto y eso es bueno, pero todas las facultades de comunicación del país deben poner atención sobre este asunto. También los medios, sobre todo la TV, quienes tienen autocríticamente que hacerse cargo del problema.
En todo caso, si de filósofos se trata, en estos días, quiero hacer un homenaje a uno de los pensadores más importantes del Ecuador que acaba de fallecer, Bolívar Echeverría, quien en vida seguramente jamás recibió ni tres minutos de atención de la TV, la misma que dedica sendos espacios diarios en horario triple A para hablar de las lesiones, contrataciones o genialidades de algún buen pateador.