Andrés Velasco
Project Syndicate
En la reunión anual del Fondo Monetario Internacional efectuada a principios de octubre, se escuchó a muchos de sus participantes expresar algo así: “Si los republicanos hubieran nominado a alguien con las mismas opiniones anticomercio de Donald Trump, pero que no hubiera insultado ni acosado sexualmente… ahora un populista proteccionista iría camino a la Casa Blanca”.
La visión subyacente es que el creciente populismo de izquierda y de derecha, tanto en Estados Unidos como en Europa, obedece directamente a la globalización y sus consecuencias indeseadas: la pérdida de puestos de trabajo y el estancamiento de los ingresos de la clase media.
No obstante, existe una visión alternativa y más convincente: aunque el estancamiento económico contribuye a impulsar a los ciudadanos disgustados hacia el populismo, una economía deficiente no constituye una condición necesaria ni suficiente para que la política sea deficiente. Por el contrario, sostiene en su nuevo libroJan-Werner Mueller, politólogo de la Universidad de Princeton, el populismo es una “sombra permanente” que oscurece la democracia representativa.
El populismo no se trata de los impuestos (ni del empleo, ni de la igualdad de ingresos). Se trata de la representación: quién llega hablar por la ciudadanía y cómo.
Los defensores de la democracia formulan elevadas aseveraciones en su nombre. Según lo expresado por Abraham Lincoln en Gettysburg, se trata del “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Pero, inevitablemente, la democracia representativa moderna –o, de hecho, toda democracia– se queda corta frente a estas pretensiones. Acudir a las urnas cada cuatro años para votar por candidatos escogidos a por maquinarias partidistas, no es exactamente lo que evocan las nobles palabras de Lincoln.
De acuerdo a Mueller, los populistas ofrecen cumplir aquello que el teórico de la democracia Norberto Bobbio denomina las promesas rotas de la democracia. Los populistas hablan y actúan, en las palabras de Mueller, “como si el pueblo pudiera desarrollar un juicio único,… como si el pueblo fuera uno,… como si el pueblo, con solo poner en el poder a los representantes adecuados, pudiera llegar a tener pleno control de su destino”.
El populismo se apoya en una tríada tóxica: la negación de la complejidad, el antipluralismo, y una versión torcida de la representación.
Casi todos pensamos que las decisiones colectivas (¿Construir más escuelas o más hospitales? ¿Estimular o desincentivar el comercio internacional? ¿Liberalizar o restringir el aborto?) son complejas, y que el hecho de que existan diversos puntos de vista sobre qué hacer, es algo natural y legítimo. Los populistas niegan esto. Según lo afirmara Ralf Dahrendorf, el populismo es simple, la democracia es compleja. En la opinión de los populistas, existe solamente un punto de vista correcto: el del pueblo.