Si se quiere que el diálogo amplio en pos de “la equidad y la justicia” al que ha llamado presidente Correa tenga resultados positivos para superar la crisis, deben participar todos los sectores sociales y abordarse todos los temas ya que, como se ha afirmado, versará “sobre el país que (todos) queremos”.
Dados los efectos de la globalización en que vivimos, creo que es imperativo dialogar sobre un ámbito transversal fundamental y que tiene implicaciones directas sobre nuestra economía, nuestra sociedad y nuestra realidad: la política exterior.
¿Qué diría acerca del tema en ese hipotético diálogo? Tendría muchas cosas que decir. Diría que la política exterior del Ecuador debe tener como propósito esencial la defensa de los intereses nacionales y que la defensa de esos intereses está por encima de ideologías y de incondicionalidades resultantes, en muchos casos, de alianzas de dudoso beneficioso. Que los objetivos deben ser definidos en función de esos intereses junto con estrategias realistas para alcanzarlos, sin influencias extrañas.
Reconocería que el Gobierno hace bien en impulsar la regionalización como proyecto multidimensional y solidario en Latinoamérica y no solamente la integración liberal que se inclina solo al comercio. Alentaría a continuar con la consolidación de la Unasur y a afianzar la Celac, como instrumento de concertación política. Haría notar la poca utilidad de la Alba sin desconocer propuestas novedosas que podrían implementarse a través de otros canales.
Haría notar la importancia del pragmatismo. En política exterior no hay sentimientos sino intereses. Que si decidimos profundizar nuestras relaciones bilaterales con ciertos países lo hagamos pensando siempre en los beneficios que de ellas podamos obtener.
Si, como las cifras oficiales lo confirman, en casos como Irán o Bielorrusia y en otros similares, no hay tales beneficios, no perdamos tiempo y recursos en mantenerlas; prioricemos vinculaciones con países que sin ser afines ideológicamente al Gobierno, convengan a los intereses nacionales.
Algo indispensable: pediría un cambio en la forma de proyectarnos al exterior, de la innecesaria provocación que no conduce a nada, ir a una sensata, aunque firme, actitud que busque lograr los objetivos previamente definidos.
Reclamaría por el deterioro de la carrera diplomática. Y pediría que se recupere para la Cancillería la Academia Diplomática, hoy apéndice del IAEN, tal como se hizo por años con la cooperación internacional y con la migración que luego de deambular por varias organizaciones públicas, regresaron a donde siempre debieron estar: la Cancillería.
¡Ah! Y la austeridad. Reclamaría, porque se puede hacerlo, una reducción seria de gastos, una disminución de personal tanto en la Cancillería cuanto en el exterior, y de viajes innecesarios. ¡Recuérdese, estamos en una grave crisis económica!