Yo nací en 1948, y el riesgo de una Tercera Guerra Mundial con armas nucleares fue parte muy real de mi niñez. Esa amenaza (o al menos, la amenaza de destrucción total de Alemania del este y del oeste) duró hasta el final de la Guerra Fría y el derrumbe de la URSS.
Desde entonces, el riesgo de que las superpotencias nucleares iniciaran un Armagedón se redujo sustancialmente, aunque no haya desaparecido del todo. Hoy, el mayor riesgo es que cada vez más países pequeños gobernados por regímenes inestables o dictatoriales intenten conseguir armas nucleares, como medio de garantizarse la supervivencia, promover intereses geopolíticos o incluso llevar adelante planes expansionistas.
En este nuevo entorno, la “racionalidad disuasoria” que obraba entre Estados Unidos y la Unión Soviética durante la Guerra Fría se debilitó. Ahora, si la proliferación nuclear aumenta, es probable que el umbral para el uso de armas nucleares disminuya.
Como muestra la situación actual en Corea del Norte, la nuclearización de Asia oriental o del Golfo Pérsico puede ser una amenaza directa para la paz mundial. Piénsese en la reciente confrontación retórica entre el dictador norcoreano Kim Jong-un y el presidente estadounidense Donald Trump, en la que este prometió responder con “fuego y furia” a nuevas provocaciones norcoreanas. Es evidente que Trump no estaba apelando a la racionalidad disuasoria (como uno esperaría del líder de la última superpotencia) sino dando rienda suelta a sus emociones.
Es verdad que la crisis en aumento en la península de Corea no la empezó Trump. Ya venía gestándose hace algún tiempo, por la decisión del régimen norcoreano de pagar cualquier precio para convertirse en potencia nuclear, algo que ve como un modo de obtener seguridad. Además, el régimen está desarrollando misiles balísticos intercontinentales capaces de llevar una ojiva nuclear hasta la costa oeste de los EE.UU. o más lejos. Sería un serio problema de seguridad para cualquier presidencia estadounidense.
En última instancia, no hay buenas opciones para responder a la amenaza norcoreana. Por ejemplo, que EE.UU. lanzara una guerra preventiva en la península de Corea podría llevar a una confrontación directa con China y a la destrucción de Corea del Sur, y tendría consecuencias imprevisibles para Japón. Y como el triángulo China-Corea del Sur-Japón se ha vuelto el nuevo centro de poder de la economía global en el siglo XXI, ningún país estaría a salvo de las secuelas económicas.
A la luz de la crisis norcoreana, sería el colmo de la irresponsabilidad activar por nada una crisis nuclear (y tal vez una guerra) en Medio Oriente. Y que Estados Unidos regrese a una estrategia de cambio de régimen en Irán sería probablemente contraproducente, porque fortalecería a los halcones iraníes.
Joschka Fischer
Project Syndicate