Este hermoso país pequeño rebosa de orgullo por el éxito alcanzado por deportistas, de origen humilde la mayoría, de clase media unos pocos, de raza negra los más, mulatos y mestizos los menos. Su destacada trayectoria los ha juntado en la selección nacional de fútbol, para representarnos a los 14 millones de habitantes; su extraordinario desempeño en las eliminatorias al mundial ha cohesionado a todos los ecuatorianos y ha parangonado el pensamiento del inolvidable Benjamín Carrión “convertir a nuestro pequeño terruño en una potencia cultural”. El deporte es una expresión de cultura y un vínculo de progreso físico e intelectual. Nuestros futbolistas han medido capacidad y destreza sin ningún complejo, ni temor, con poderosos rivales.
Infortunadamente, su brillante desenvolvimiento, reconocido a escala mundial, se ha mezclado con la difusión internacional de dos momentos parlamentarios vergonzosos: la repetición extemporánea de estribillos olvidados, que caracterizaron una época de enfrentamientos, odio y venganza y que felizmente quedó en el pasado, y otro, la aprobación irresponsable de una ley orientada a criminalizar el ejercicio profesional médico, sin preocuparse de la desesperación y angustia en que sumirá a las familias de los galenos.
La ley, aprobada por una mayoría inconsciente y desconocedora de la excelsitud de la Medicina, como arte y de la gran humildad, como ciencia, pues existen innumerables enfermedades de causas desconocidas y tratamientos sabiamente prescritos, con efectos no esperados. ¿Se justifica la criminalización? ¿Progresará la ciencia médica? ¿Se efectuarán tratamientos que conlleven riesgos en el combate con la muerte? ¿Buscarán las mentes jóvenes seguridad profesional en otros ámbitos?… ¡Ay los sabios! En los dos sucesos se colige el peligro de improvisar a políticos y dirigentes, que confunden sus funciones y en lugar de dirigir, actúan para dividir.
Se debe gobernar y legislar para toda la población, sin sectarismos. Las acciones disociadoras generan rencor social y crean desconfianza.
Los versos injuriosos ridiculizan a las personas que tienen dinero, sin excepción. Pueden ser empresarios, funcionarios públicos o futbolistas destacados, como los que, triunfadores, han entregado a la patria sus esforzados éxitos, la ciudadanía, el Gobierno y las instituciones deportivas y educativas están en la obligación de expresarles gratitud y reconocimiento por la gesta cumplida. La Asamblea Nacional se sumará a este merecido homenaje… ¿se repetirá ante ellos el estribillo exhibido? El corazón del pueblo, de toda condición social, ha latido al unísono con los de este grupo de patriotas que han demostrado que con valentía, dedicación, honradez y estricto cumplimiento de las obligaciones hacer patria en total unidad. Son ejemplo de trabajo, amor y humildad.