Si algo positivo ha traído el escándalo sexual protagonizado por Dominique Strauss-Kahn es una abierta y encarnizada lucha por la dirección del Fondo Monetario Internacional. Por primera vez en 65 años, los países emergentes han decidido resistir el convenio informal establecido en el acuerdo de Bretton Woods por el cual, los EE.UU. se encargaban del Banco Mundial y los europeos del FMI.
Hay varios motivos para este quiebre geopolítico sin precedentes. El primero –por supuesto- es que los países emergentes juntos ya no son tan emergentes. Juntos representan un poder mayor que el de toda la Unión Europea. La segunda razón es el acuerdo establecido por el G-20 para garantizar una rotación “transparente y con base en méritos” de los representantes de organismos internacionales. Por último, el claro conflicto de intereses que los propios europeos se encargaron de destapar.
Ángela Merkel dijo la semana pasada que “en este momento son países europeos los que sufren mayoritariamente crisis económicas y es necesario que Europa esté a cargo de su propio proceso”. Grave consideración, tomando en cuenta que ningún tailandés, malayo o mexicano estuvo al frente del FMI cuando la crisis tocó sus puertas. ¿Decir que solo Europa puede supervisar Europa no es una nueva forma de supremacía blanca? Este tipo de declaraciones despertó al grupo de los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Ellos han dejado claro que quieren un proceso transparente, y no por nacionalidad, en la elección del nuevo director.
La disputa es importante y novedosa, pero seamos realistas. Christine Lagarde, la ministra francesa de finanzas, es una candidata excepcional en estos momentos. Primero, su candidatura tiene el consenso de la Unión Europea. Segundo, tiene una reputación probada en la línea dura que EE.UU. y Europa quieren para el FMI. Tercero, y esto es lo más importante en estos momentos: es la única mujer que opta al cargo. Este punto no es menor. El FMI y el Banco Mundial han destapado oscuras historias de avances sexuales indebidos y abuso de poder. Tanto que a principios de mes, tuvo que pasar un nuevo reglamento interno sobre las relaciones interpersonales en la institución, por presión de sus funcionarias.
Como vemos, la pelea geopolítica se puede convertir en una pelea de género. Y Europa está dispuesta a jugar unida con todos los argumentos posibles. No se puede decir lo mismo de los países emergentes. Como siempre, están profundamente divididos. Los Brics solo se pusieron de acuerdo para la declaración, pero cada uno tiene su candidato. México madrugó a presentar la candidatura de Agustín Carstens, sin esperar siquiera a consensuarla con el grupo de los Brics que son los únicos capaces de inclinar la balanza. Este es un juego de estrategia, no de posiciones. Y aunque pierdan esta batalla, la lucha por la hegemonía comenzó.