La piel y el espíritu nacionales están marcados a sangre y fuego por el sello de los “padres de la patria” del siglo XIX. Rocafuerte y García Moreno creyeron firmemente que solo con mano dura podría el Ecuador hacerse país. “Rocafuerte se proponía colocar las bases de un Estado Laico y pensaba conseguirlo por la fuerza; el Civilizador decía entonces que la nación se haría “con palo y más palo”, “a latigazos”, relatan los historiadores Marie Danielle Demélas e Yves Saint-Geours en su libro clásico ‘Jerusalén y Babilonia’.
Estos presidentes muy influenciados por sus estudios y visitas a Europa y a Francia en particular, creían que esta ínsula andina, salvaje y retrasada podía transitar a la civilización y a la modernidad de la mano de un Estado poderoso, centralista e inflexible conducido por un caudillo enérgico, un déspota ilustrado, que gozara de respaldo de la gente.
Tal parece que el concepto y estilo de Rocafuerte y García Moreno están más vigentes que nunca. Desde hace años estamos en medio de una irrefrenable ola de modernización capitalista liderada por un Estado que cada vez engulle más poder con el aplauso de buena parte de la población.
Según los críticos del Gobierno en las próximas semanas la Asamblea de manera acelerada refrendará nuevas normas que apuntarían a agrandar ese desmesurado poder estatal en desmedro de las capacidades de la sociedad civil. Una de aquellas es la Ley de Comunicación que trastrocando el concepto constitucional de “derecho” al libre pensamiento, expresión e información lo presenta como “servicio público” que tiene que estar bajo la rectoría del Estado, justificando así la edificación de una sorprendente maquinaria mediática estatal de propaganda, control social y mental de la población, armada de una serie de disposiciones y formas institucionales que darían paso al dominio total de los procesos, entidades y medios de comunicación, reforzado por la carencia de regulación a la propaganda y publicidad gubernamental.
Tal arrinconamiento de la sociedad -según estas voces que se asumen defensoras de la democracia- se expresaría en la censura y autocensura de los ciudadanos y de los medios independientes, quienes podrían ver incluso interferida su expresión y comunicación en las redes sociales que se realizan a través de Internet.
La concentración de poder del Estado en lo inmediato podría viabilizar la modernización capitalista, sin embargo, el silenciamiento de la crítica podría tener funestas consecuencias para la democracia y la paz social al amordazar y domesticar a la sociedad poniendo en riesgo la misma modernización. No estamos en el siglo XIX. No requerimos ni de Rocafuerte ni de García Moreno. Requerimos de un Jaime Roldós, promotor del cambio los DD.HH. y las libertades.