Ecuador, esta segunda patria que llevo en mi corazón desde hace muchísimos años, posee unos de los rincones más espectaculares del planeta. Un palacio inca en las faldas del Cotopaxi. Irrepetible.
Durante la Colonia fue habitado por los padres agustinos, que tomaron posesión, no se sabe si a las buenas o a las malas y lo arrebataron a sus propietarios originales, descendientes del soberano del Tahuantisuyo, de noble linaje… Me inclino a creer que fue a las malas, como casi todo lo que hicieron los conquistadores y sus monjes….
De allí viene su nombre: San Agustín de Callo. Cuando fui por primera vez, sus paredes estaban encaladas de blanco, el oratorio tenía todo el aspecto de pertenecer a la época de la Colonia. Y solo a la vista algunas paredes incas, hechas de material volcánico, grises, ásperas al tacto, pero livianas y macizas.
Insinuaban su historia prehispánica, esperando que alguien algún día las desnudara de su ropaje blanco y las mostrara, impúdicas y majestuosas, revelando todo su esplendor…
El tesón, la pasión, el coraje y la terquedad de su propietaria, Mignon Plaza Sommers, quien la heredo de su padre, José María Plaza, ese príncipe enamorado de la poesía, el arte y de los toros, hicieron posible el milagro. Poco a poco, el ‘convento’ agustiniano se fue transformando en lo que siempre había sido: un Tambo Real. Los muros incas emergieron con magia,misterio, fuerza. Un magnetismo especial se fue apoderando de las estancias.
Así San Agustín de Callo se convirtió en una hostería boutique. Pocas habitaciones llenas de historias desconocidas. Una puerta piramidal revela que en alguna época estuvo revestida de lámina de oro. Es el único palacio inca habitado. Los demás son vestigios y ruinas.
Hace pocos meses, el coloso, el Cotopaxi, el rey de los volcanes activos, intentó despertarse después de más de 100 años.
San Agustín de Callo tuvo que cerrar sus puertas. Visité en noviembre el palacio vacío. Me pregunté con un nudo en la garganta ¿dónde quedaron las voces? ¿Qué senderos tomaron la alegría y el bullicio vibrante? ¿Hacia cuál horizonte marcharon esos atardeceres rojizos en los que la Luna se posaba en el cenit de su cráter para iluminar y sobrecoger a los visitantes? ¿Se quedarían cerradas sus puertas y sus jardines arrasados por los lahares? ¿Dónde estaban las llamas? ¿Y el locro, el mejor del Ecuador, ya nadie más lo degustaría?….Los caballos briosos no volverían a llevar a los huéspedes hasta el Limpiopungo ni al cerro del Callo? ¿No se volverían a rasgar las guitarras? ¿Y los poemas y las sevillanas acompañadas de vinos nobles y aperitivos selectos?
Me entero hace unas semanas que Mignon Plaza, como heroína que no se deja arrastrar por ningún lahar y jamás se rinde, ha vuelto a abrir las puertas de San Agustín. Poco a poco. El Cotopaxi observa desde sus alturas y no hará daño a su entorno amado. San Agustín le pertenece.