Voy a ser franco: tenía en la mira la ‘Trilogía sucia de La Habana’, de Pedro Juan Gutiérrez, desde que leí la aguda entrevista que le hiciera Juan F. Andrade, pero lo que me motivó a comprarla de una fue ver que entre los invitados para espantar al cuco de la restauración conservadora estaba un alto delegado del Partido Comunista cubano, organización que ha sido la base del poder absoluto de dos hermanos durante 55 años.
¿Es posible imaginar algo más conservador que eso? No. Por el contrario, el pensamiento de izquierda siempre ha sido crítico del poder. Y la buena literatura también. A los pocos minutos tenía la versión digital en mi Kindle e ingresaba de la mano del alter-ego de Pedro Juan al submundo habanero. Ahora bien: marginales, conventillos, jineteras y transgresores urbanos que sobreviven como pueden los hay en todas partes y la literatura de cada país se ha sentido siempre atraída por ellos. La pregunta es: ¿por qué seduce y se convierte en un éxito en varias lenguas un libro como este que presenta retratos descarnados de gente que navega sin rumbo por el centro decrépito de La Habana?
Quizá la primera respuesta sea porque allí −según la propaganda oficial y a pesar del embargo y de los rusos que se fueron− era un país donde no debían existir ni desesperación ni miseria ni perversión ni suicidios pues para los años 90, que es cuando suceden las historias, el socialismo llevaba instalado más de tres décadas.
La segunda es porque los cubanos que critican al sistema escriben muy bien: desde Cabrera Infante y Reinaldo Arenas a Leonardo Padura y P. J. Gutiérrez. Pero lo que en Padura es abundante, poblado de personajes, épocas y continentes diversos, en Gutiérrez es crudo y directo como un golpe, breve, sin lirismos, erótico, sucio y sin concesiones, salvo una, obligatoria para seguir viviendo en la isla: no tocar a Fidel ni a la Revolución; simplemente retratar a las víctimas del desastre. Aunque de poco le servirá esta precaución pues luego del éxito internacional será despedido de la revista Bohemia y del
gremio de periodistas y el libro será prohibido en Cuba.
Se ha comparado a Gutiérrez con Bukowski, pero mientras este goza de un exceso de libertad, el cubano y sus personajes están atrapados en un sistema sin salida más allá de jugarse la vida en una balsa rumbo a Miami. O evadirse periódicamente con el ron barato, la marihuana y un sexo obsesivo que el autor utiliza para aplacar a sus demonios y descubrir nuevos personajes.
Que escribió esos cuentos por venganza, dice, para retratar cómo la miseria y la promiscuidad degradan a los seres humanos. Él también, claro, se sentía engañado por la política, asqueado y sin destino y la literatura le sirvió como tabla de salvación. Una salvación precaria e individual pues quienes dieron origen a sus historias ni siquiera pueden leerlo y sentir que el dolor y la desgracia de los años 90 sirvieron para algo.