El Tiempo, Colombia, GDA
Lo más destacable de las recientes elecciones legislativas en Túnez fue la muy escasa participación de mujeres y de jóvenes de ambos sexos. El hecho es significativo, entre otras cosas, porque estos dos grupos fueron los principales impulsores de la revuelta que acabó con una dictadura que se mantuvo por 23 años.
Peor aún, de los 11 millones de habitantes que tiene el país, solo el 5% se registró para votar y de ellos, indican los sondeos, casi la mitad no sabía por quién votar.
Supieron cómo protestar por un orden injusto, pero una vez terminada la revuelta que derrocó a la dictadura ni los jóvenes ni las mujeres supieron organizarse para fundar partidos, grupos o instituciones políticas para cumplir con su agenda. Tampoco supieron cómo hacer que sus demandas fueran escuchadas por los partidos políticos tradicionales.
En Túnez no pudieron pasar de la dictadura a la democracia y su circunstancia no es única en la región. En Iraq, Siria, Yemen y Libia, nuevos y violentos actores han fraccionado a sus respectivos países ante la impotente mirada de gobiernos que carecen de legitimidad, fuerza, representatividad y recursos económicos y humanos para imponer el orden y recuperar la estabilidad del territorio.
Egipto está profundamente dividido entre quienes apoyan al mismo ejército que sostenía al antiguo dictador y quienes quisieran establecer un Estado islámico intolerante. Afganistán sigue hundido entre el desorden y la corrupción. Y en ninguno de ellos ha prosperado la democracia.
Para enfrentar los horrores de la realidad actual y discutir estrategias para alentar cambios positivos en la transición se han organizado debates en Europa. En ningún caso se busca “exportar” la democracia a la región con una nueva invasión, lo que se contempla es apoyar desde el exterior las determinaciones que los propios protagonistas tomen.
Una parte esencial del debate ha sido el análisis frío de lo que ha pasado, como lo ha hecho la periodista de Der Spiegel Christiane Hoffman, quien se pregunta si valió la pena perder la estabilidad que brindaban los regímenes dictatoriales a cambio de un régimen igual o peor de injusto y bárbaro.
“Hay muchas razones para celebrar el final de una dictadura”, escribe Hoffman. El problema es que “la última década ha mostrado que hay algo peor que la dictadura, la ausencia de libertad o la opresión: la guerra civil y el caos prolongado”.
A distancia, es evidente que para muchos en Occidente la alternativa a la dictadura era la democracia. Pero si algo nos ha enseñado la historia es que el derribamiento de una dictadura puede conducir a otra, como pasó por ejemplo en Cuba; o a la anarquía como ha sucedido en los países árabes. La democracia solo se da donde hay estabilidad política, económica y social y rige el Estado de derecho.