Una de las páginas indispensables de este periódico es la del pasatiempo dominical. Me refiero muy especialmente a la tira de Quino que ilumina no solo el rostro sino el alma del que lee y provoca un claro estado de relajación intelectual. De pronto, el mundo parece más humano e inteligente, más crítico y tolerante al mismo tiempo.
No es casualidad que Mafalda sea mujer. Desde hace años, me ha tocado gozar y sonreír de su mano. Por la simple razón de que es liberadora, da dignidad, afirma la inteligencia del ser humano sobre lo que le pasa: tal es la esencia de su ironía. Quizá por ello Mafalda es tan universal, capaz de narrar un universo entero haciendo universal una anécdota particular.
Para muestra un botón: Mafalda sentada, con la mano sosteniendo su barbilla, mitad cabreada y mitad sorprendida por su propio pensamiento: “Es difícil ser mujer: tienes que pensar como un hombre, comportarte como una dama, parecer una jovencita y trabajar como una mula”. ¿Qué mujer no se siente reconocida en cualquier latitud del mundo por semejante ironía?
Hija de una pareja pequeño burguesa -papá trabaja, mamá es ama de casa– Mafalda vive una vida serena entre amigos y extraños con los que interactúa sin timidez. Los iguales, los amigos entrañables, el tendero del barrio, los que ejercen el oficio de paseantes,… todos son observados por la fina ironía de alguien que es capaz de pasar las ideas por el corazón, alguien capaz de descubrir en lo cotidiano de la vida las contradicciones del ser humano.
Quizá hoy, a más de uno, le parecerá un poco simple el humor de aquel entonces. Nada más lejos de la realidad. Con el personaje de Mafalda – nacida en un período histórico muy determinado, entre la guerra de Vietnam, Juan XXIII, los Beatles y el feminismo – el pensamiento de los niños asume dignidad y valor a la par de los adultos.
Desde hace más de medio siglo, la mirada de esta niña de seis años sigue planteando grandes interrogantes existenciales sobre la humanidad y sobre los destinos del mundo. Con preguntas incómodas que ponen al desnudo muchas de nuestras fragilidades humanas y no pocos de nuestros tabúes.
Mafalda es un manifiesto extraordinario a favor de la ironía del ser humano y, muy especialmente, de las mujeres, no solo como víctimas sino también como fustigadoras, capaces de dirigir la atención hacia defectos, sueños, fortalezas y debilidades, con fuerza pero sin rencor.
Siento que algo de esto necesitamos en medio de una sociedad tan dura, competitiva y retadora como la que nos toca vivir, en la que la última palabra pretende ser política y sagrada, y donde cada uno dogmatiza desde la pequeña tarima de sus sueños o de sus intereses. No deja de ser chocante que, en un mundo así, sea una pequeña mujer, todavía una niña, con su pelo revuelto, su lazo y su cara de pepona, la que nos recuerde que de lo sublime a lo ridículo solo hay un paso.