Con el conteo final de los votos en las elecciones en los Estados Unidos se constata una vez más que no solo basta tener el voto de la mayoría para gobernar ese gran país.
Mirando el tema de modo simple se puede prestar a equívocos pero ahora se repitió una historia que solamente ha ocurrido en cinco ocasiones en toda la vida republicana de esa gran nación.
Hillary Clinton ha sido la candidata derrotada por el sistema de los colegios electorales mientras que sacó una ventaja considerable en el voto popular sobre Donald Trump, quien se dispone el 20 de enero a ser el nuevo inquilino de la Casa Blanca.
La señora Clinton superó con 2.9 millones de voto a Trump. Obtuvo 65’ 844 954 votos y Donald Trump llegó a 62’ 979 879 sufragios populares. El voto popular no le alcanzó a Hillary para ganar las elecciones.
Si nos remontamos a una historia similar y reciente, al demócrata Al Gore le pasó lo mismo. George Walker Bush tuvo medio millón de votos menos que él, gobernó Estados Unidos y así le fue al mundo.
Tan solo cinco veces ha ocurrido esta aparente contradicción numérica. En el primer caso en el siglo XIX John Quincy Adams fue presidente por la misma razón y esa lógica se repitió otras dos veces en ese siglo.
El tema de los votos populares no alcanza porque, por una razón histórica , EE.UU.. no tiene voto directo. Se elige por cada estado los miembros de un colegio electoral, a los que llaman compromisarios. Si gana un partido se lleva todos esos delegados, el candidato que obtuvo la minoría se anula puesto que no tiene representación proporcional. Los electores, la suma de compromisarios, es equivalente a los legisladores de ambas cámaras. El que obtenga 270 o más de esos delegados gana la presidencia. De modo que se puede ganar la presidencia perdiendo el voto popular. Un sistema admitido por todos que deja que desear si pensamos que la democracia debiera ser una representación cabal del voto popular y mayoritario.