Fue histórico. El papa Francisco y el patriarca Kirill se juntaron en La Habana. Los máximos jerarcas de la Iglesia Católica de Roma y la Iglesia Ortodoxa de Moscú y toda Rusia dieron vuelta a una página de casi un milenio de desencuentros.
En el año 1054 el cisma derivó por caminos distintos a la Iglesia Católica y a la Ortodoxa rusa en una primera y gran fragmentación de los cristianos desde la misma época de Jesucristo.
Años después, episodios como los de Calvino, Martín Lutero y Enrique VIII produjeron nuevas escisiones y dieron cabida a varias iglesias cristianas que se expandieron en el norte de Europa y América.
El papa Francisco dijo en La Habana que, si sigue así, Cuba será capital de la unidad. Una alusión directa a los cambios políticos experimentados en la isla caribeña a raíz del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos que fue consecuencia de la revolución de 1959.
Sorprende el despliegue que da, por ejemplo, el diario Granma, órgano oficial del Partido Comunista a este histórico encuentro religioso. Máxime si sabemos que durante los primeros años de revolución, y aunque hay una tradición católica en la isla, el culto no fue del favor de la dirigencia comunista y los creyentes se veían relegados. También se sintieron al margen los practicantes de otras vertientes cristianas.
La visión ecuménica de Francisco y la apertura del Patriarca son síntoma inequívoco del cambio de vientos. Antes, en Roma las muestras de apertura y encuentros entre prelados de varios credos daban señales alentadoras en ese rumbo.
Una declaración conjunta relieva que Cuba es ‘La encrucijada entre el Norte y el Sur, el Este y el Oeste’.
El documento encontró el tono adecuado que sea aceptado sin resquemores por los fieles de ambas iglesias.
El compromiso clave, a más de aspectos religiosos comunes, está en la preocupación de los altos prelados por la crisis de Oriente Próximo y el norte de África, punto de mira de la opinión pública mundial.