El fin del correísmo está cerca. Ya nada será igual luego de las elecciones presidenciales de febrero de 2017, incluso si en esa contienda gana el oficialismo. El hiperpresidencialismo perderá fuerza, igual que el alineamiento incondicional de los poderes del Estado.
Se diluirá el pegamento principal de Alianza País –el Presidente Rafael Correa– y las piezas tomarán nuevos rumbos en el tablero político. Cualquiera que sea el mandatario electo, no tardará mucho en culpar a su antecesor o en presentar una coartada o explicación razonable para justificar los ajustes que tendrá que hacer, sobre todo en la economía.
Hay basura colocada bajo la alfombra y más pronto que tarde saldrá a la luz.
La opacidad en el manejo de la deuda, los entretelones de la persecución a los medios de comunicación, las amenazas y divisiones entre actores del mismo círculo oficial y las órdenes dictadas para concesionar obras a dedo a determinadas empresas o personas, son parte de los hechos que podrían salir de las sombras.
No hay otro Correa ni en el oficialismo ni en la oposición. Me refiero a ese actor populista que supo aprovechar la ola de los altos precios del crudo para con habilidad, trabajo e imaginación, vender la idea de una revolución.
La evaluación final de su papel es ciertamente negativa para la democracia, las libertades y la economía, pero nadie podrá negar la fuerza arrolladora que tuvo.
Con Correa fuera del poder, la idea de que seguirá controlando a sus correligionarios que lo sucedan –si el candidato presidencial oficialista gana–, difícilmente ocurrirá.
Los nuevos gobernantes lidiarán con el día a día, con la fuerza de la realidad y serán orillados a tomar su propio rumbo.
En el caso de un triunfo de la oposición, el elegido estará en la obligación de entregar a los órganos de control y la justicia los datos y hechos que recabe de la administración pasada.
El Legislativo, el Poder Judicial y los otros poderes del Estado hoy cooptados, entrarán en una etapa de ajustes tras la elección presidencial, cualquiera sea el ganador.
Sin el eje aglutinador de antaño ni un mando claro, tropezarán y se expondrán. Muy probablemente vendrán conflictos, presiones y cambios, incluso si el líder actual se marcha con la advertencia de volver.
Ojalá, entre esos cambios, no tarde en llegar el quiebre del sistema censurador y controlador de los medios de comunicación, que son actores claves y aliados de la transparencia y la rendición de cuentas, pilares en las democracias.
Viene una nueva etapa y su calibre dependerá del voto de los ciudadanos y del trabajo de los políticos y de la sociedad organizada. El correísmo, tal como lo conocimos, está por dejar la escena.