La semana anterior trajo una revelación. En una reunión con funcionarios de Gobierno, se les instruyó que su cometido principal es promocionar al régimen. Más allá de las tareas propias de los cargos que ostentan, algunos que involucran temas delicados como la seguridad ciudadana, gobernadores y jefes políticos tendrán la misión de hablar de las virtualidades del período, que en poco menos de un año será juzgado en las urnas.
Vistas las inclinaciones de los votantes, es de presumir que no permanecerá ni accederá al poder ningún grupo político que cuente con la hegemonía absoluta de la que los actuales gobernantes han gozado. Difícilmente, en las próximas elecciones se repetirá el hecho que un partido o movimiento político alcance el respaldo necesario para consolidar, por sí solo, un control total sobre todas las funciones del Estado como el observado en esta etapa.
El hecho toma notoriedad porque en la arenga lo que yace en el fondo es publicitar el pasado. No se perfilan nuevas ideas, derroteros, planes a futuro, se busca adhesión a lo acaecido y que se reconozcan los supuestos logros endosándoles el voto. De no hacerlo, no lo mencionan pero flota en el ambiente, sería una ingratitud. En suma, parece que todo se vuelca a ofrecer más de lo mismo, quizás edulcorado, pero lo de fondo permanecería intacto, a cuenta que según los que administraron el país a sus anchas por alrededor de una década, los resultados han sido maravillosos.
Ahí es donde la campaña electoral jugará un papel preponderante. El Gobierno con la cancha a su favor repetirá su retórica, aún cuando el público esté harto de la propaganda oficial. Los partidos de oposición tendrán la tarea de poner en evidencia que los candidatos del Gobierno no son sino parte del pasado inmediato, que nos han conducido a la delicada situación actual, en la cual los aparentes logros de una década, pueden desaparecer de un día a otro, más aún si se persiste en continuar por un camino que se ha demostrado no puede sostenerse en el tiempo.
Basta observar lo que los indicadores oficiales nos advierten de lo que serán los resultados del presente año. Sin lotería externa, que permitía gastar en forma inconmensurable, la popularidad y las adhesiones se esfuman. Sin ingresos por exportaciones estatales y reducidas las recaudaciones de impuestos, ya no existen recursos para hacer del Estado y sus administradores el centro de todo. Los virtuosismos desaparecen y se hacen visibles las limitaciones y la falta de capacidad de los que otrora se autoproclamaban infalibles.
Exactamente, los próximos comicios serán una disputa entre pasado y futuro. En ella hay nuevos elementos que han permitido abrir los ojos a buena parte del electorado de la región, para liberarse de quienes consideraron que el poder les pertenecía para siempre.
Hay que devolver a las grandes mayorías la esperanza de progresar, algo que por lo experimentado en más de una década de populismos autoproclamados “revolucionarios” no se podrá realizar bajo el esquema imperante.
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