No la conocí al visitar, en familia, la vieja hacienda del ‘tío Víctor’ en las alturas doradas del páramo de Cañar: Charcay, Molino Huaico, heredades de nostalgia; no la conocí en casa de otro de sus tíos, el médico José Justiniano Espinosa –tan ilustre como sencillo y campesino-. Supe de Nela en mi adolescencia madrileña, cuando mi madre, mesurada y prudente, quería evitar que yo escribiera: ¡Hijita, si vuelves a Cuenca como escritora, sufrirás!, me dijo; te harás comunista como Nela Martínez que, joven, tuvo que salir de Cuenca”.
Mi madre, valiente, inteligente, hija de un gran liberal, comprendía, sin formulárselo, que escribir era un ejercicio de libertad, y que asumirse libre una mujer sincera suponía la ineludible conciencia de la injusticia y el compromiso que llevaba a la muerte social en la pequeña y conservadora ciudad de entonces. Años después, cuando empecé a escribir en el querido diario Hoy, una amiga de Amelita Enríquez, mi suegra, al salir de misa del Girón, se acercó a ella: “Amelita, leo los artículos de Susana: ¡qué pena, es comunista, no?”. Y mi suegra, con la simpatía en que abundaba, le contestó: “No, fulanita, no es comunista; lo que pasa es que es buenísima”…
Eso era Nela: buenísima, y, además, llena de una sabiduría forjada desde la infancia en el paisaje de la hacienda “al real y cierto girar de las estrellas que he visto en mi niñez desde las altas eras, como las más brillantes y hermosas de la tierra”; incesante lectora, siempre a la escucha de conversaciones hondas en el rico decir de los demás. En su convivencia con los sirvientes de la hacienda, sufría ante la injusticia que los sometía, aun en medio del buen trato de la larga familia hacia los indios. Luchó por la justicia con talento y sensibilidad. Amaba ese ‘grandioso páramo del Azuay’, y lo muestra en ‘Cañar, alta tierra, profunda tierra”, artículo publicado en la estupenda compilación “Estudios y relatos de nuestra tierra”, de María Rosa Crespo (de la misma vieja familia de Nela, enamorada de las alturas de Cañar, de sus crepúsculos y sus soledades; hija de Fina Cordero que, a sus 94 años, escribe bellamente en diario El Mercurio)… Familia de escritores, poetas, investigadores lúcidos en la Cuenca de hace 60 años, cuando si el escribir se toleraba en los hombres, amenazaba con destruir la vida de una mujer. Pero la ciudad empezaba a surgir de su somnolencia secular.
En su artículo, Nela evoca figuras de indios con paciencia de siglos en busca de justicia; de mujeres de sabiduría hundida en ínfimos trabajos de burocracias deleznables. Y opina: “retomar lo nuestro no es convertirnos en estrechos cronistas aldeanos; es dar la vuelta a la arena para hallar el humus que sustentó esa rebeldía”. Fue la primera diputada mujer en la patria; vivió volcada en la lucha a favor de los pobres, y reivindicó el afán de ciencia y sabiduría que, hasta entonces, las mujeres debieron guardar en un cajón del costurero…
¿Comunista? Sí. Y buenísima, ¡quién puede dudarlo!