Finalmente, esta semana empezó con una noticia esperada: el gobierno hizo pública la lista con las ternas de las cuales se escogerán a los siete miembros del Consejo de Participación Ciudadana. El ejecutivo abrió la puerta hacia la conformación más democrática y representativa de esta institución.
La composición de los miembros sugeridos, muchos de los cuales han tenido una vida pública ejemplarmente limpia y provienen de muy distintas vertientes sociales, económicas, políticas, culturales, marcan una gran diferencia.
Quiero y deseo creer que existe un afán de recuperar este organismo, inútil y cómplice de buena parte de la depravación institucional. Lo digo así por el escepticismo acumulado al ver hechos inexplicables y contradictorios de todo este proceso de necesaria limpieza política que se pide a gritos y sólo podrá empezar a superarse al conocer quienes son definitivamente los designados. Pero, por fin hay una esperanza que está en manos de la Asamblea.
Hoy, cuando se cruzan, en un nuevo episodio pestilente, horribles acusaciones de actos inmorales entre encausados y autoridades (?), nuevas y antiguas, encargadas de juzgar los actos en los cuales aparecen con indicios de responsabilidad penal, este cambio tiene la urgencia propia de una sala de terapia intensiva. Es momento de enfrentar con valentía a toda esta horrible descomposición moral y botar al traste todo el andamiaje que encubrió esta pesada etapa que desde hace rato se la denunció por parte de varios valientes ciudadanos, perseguidos por el régimen que terminó.
Llegó el momento de levantar ese pesado telón de duda que ha calado tan profundo en muchos sectores ciudadanos por la acción y contubernio de ese numeroso grupo de inmorales que coparon las funciones del Estado, destrozaron instituciones, abusaron de los recursos públicos y, hoy cada vez que se sacuden, despiden olores de alcantarilla.
Lo que se ve en estos días no tiene antecedentes en la historia nacional. Encontrar complotados a funcionarios y sus controladores para expoliar los recursos públicos es algo inédito. Que tan bajo llegó la depravación política, que en su camino de emporcamiento contó con la complicidad de entes privados, que aún están por descubrirse.
Hay toda una tarea que bajo ningún pretexto puede quedar como una nueva frustración nacional. Ojalá la impunidad abandone nuestra realidad y de paso a la justicia. Tenemos un papel que cumplir, empezando por la intolerancia social a aquellos que han escalado en su riqueza material haciendo uso y abuso de su poder político. Pero también poniendo prioridad en la educación en valores y principios de honestidad para las generaciones que vendrán luego de la nuestra.