Finalmente, Mauricio Macri se impuso en las elecciones del domingo pasado y será quien dirija el destino de Argentina por los próximos 4 años.
Varios analistas han anunciado que, debido a la estrecha diferencia con la que el candidato de Cambiemos ganó el balotaje a su rival apoyado por el oficialismo, su capacidad de maniobra será mínima.
Pero quizás lo que hay que destacar en este triunfo es que finalmente prevaleció el interés de una mayoría que apuesta a cambiar el estilo populista que echó al suelo la institucionalidad, que nunca reparó en ocultar su intención por coparlo todo, convirtiendo a la democracia en una caricatura que se limitaba a refrendar en las urnas el afán de gobernar sin límites, imponiendo la voluntad de una sola persona sobre el resto sin importar que para ello habría que burlar los preceptos legales.
Un estilo que, como de alguna manera refleja la elección, fraccionó al país en forma profunda con el solo propósito de sacar ventajas personales y de grupo. Hartos de tanto escándalo, de denuncias de corrupción que han salpicado al núcleo íntimo de la familia presidencial, los argentinos han apostado por el cambio ofrecido que tiene como eje central institucionalizar el país.
Pero el triunfo obtenido tiene un significado especial. Creado de la nada, el grupo político que sirvió de plataforma para la disputa electoral ha desplazado al partido tradicional que ha influido en forma determinante en la Argentina por casi siete décadas. Se ha alzado ni más ni menos que con la Presidencia de la República, la Gobernación de la Provincia de Buenos Aires y la Jefatura de Gobierno de la capital argentina, algo que en mucho tiempo no sucedía. Todo ello enfrentando a una maquinaria propagandística engrasada con los recursos estatales controlados por el peronismo.
La lección es clara. Con una buena estrategia, un adecuado plan de campaña y un programa de gobierno creíble, es posible derrotar a las mentiras y a los engaños sistemáticos desplegados por los populismos. Los ciudadanos no pueden ser tratados como una simple masa moldeable al interés del marketing político. Hay que trabajar en generar cultura democrática para que los votantes rechacen a los que falsifican la verdad y hablan de paraísos, cuando lo que han causado o propiciado son verdaderas pesadillas y crisis que ponen en vilo la tranquilidad social.
El camino no es fácil, pero hay que confiar en que finalmente los electores terminen distinguiendo con claridad las trampas desplegadas por los que buscan el poder con fines personales o de grupo e intentan perennizarse en su control.
Para la región, la sola mención de invocar dentro del Mercosur la cláusula democrática contra Venezuela por los abusos y persecución cometidos en contra de los opositores, es una ráfaga de aire fresco que dan cuenta que otros tiempos esperan a América Latina.
Ojalá que el reencuentro de Argentina con la institucionalidad se produzca en el menor tiempo posible y la ruta la sigan otros países asolados por los populismos.
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