Escribí que, por primera vez, la diplomacia norteamericana carecía de un marco de referencia. Me lo indicaban las concesiones gratuitas a la dictadura cubana, el pésimo preacuerdo con Irán, la tolerancia con Hugo Chávez y Nicolás Maduro, y el contradictorio manejo de las crisis de Ucrania, Honduras o Egipto.
Craso error. Me lo señaló el historiador Diego Trinidad. Existe un marco de referencia. Se titula How Enemies Become Friends: The Sources of Stable Peace (Cómo los enemigos se convierten en amigos: la fuente de una paz estable), de Charles A. Kupchan, profesor de Georgetown University y miembro del Consejo Nacional de Seguridad que sirve a la Casa Blanca. La obra, editada por Princeton University Press –consultar Amazon– tiene una tesis sencilla: la manera de transformar enemigos en amigos y sostener la paz es hacerles grandes concesiones unilaterales, cancelar toda conducta hostil, y no tratar de cambiar la naturaleza de esos adversarios.
Es el entierro de la tradicional lógica diplomática que prescribe zanahorias para los aliados, palos para los enemigos y nada para los indiferentes. Una mezcla de buenismo y neoaislacionismo.
Es, también, el fin de la idea de que Estados Unidos, como potencia hegemónica económica y militar, asuma la responsabilidad de promover sociedades pacíficas, democráticas, productivas y abiertas al comercio.
Naturalmente, Cuba, Venezuela e Irán verán con enorme agrado que EE.UU. les deje el campo libre, pero no modificarán la percepción que tienen del Gobierno y sistema económico de la sociedad norteamericana.
La Habana y Caracas no son enemigos étnicos de Estados Unidos, sino adversarios ideológicos de las democracias liberales y de la libre empresa. Si EE.UU. fuera una nación comunista o compartiera la visión del socialismo del siglo XXI, inmediatamente cesaría el antiamericanismo. Son antiamericanos a fuerza de procomunistas.
De cierta forma, irónicamente, esta manera de encarar la diplomacia por Estados Unidos (que creo disparatada) es consecuencia del éxito. Producen una quinta parte de lo que genera el mundo con menos del 5% de población mundial y tienen unas Fuerzas Armadas imbatibles que consumen más de 600 000 millones de dólares anuales. Eso les confiere una peligrosa sensación de invulnerabilidad.
Con estos elementos a favor, ¿podrá Obama ignorar a amigos y enemigos? Lo dudo. La visión norteamericana desde los acuerdos de Bretton Woods de 1944 está concebida para que Washington asuma la responsabilidad de liderar al “mundo libre” hasta lograr la derrota de los enemigos de la democracia.
Esa tradición, que ya tiene más de 70 años, y que vio el triunfo de Occidente en la Guerra Fría, ha generado una burocracia (hoy desconcertada) dedicada a ejecutar medidas de gobierno para lograr esos objetivos.
La inercia de estos organismos pesa mucho y a Obama le quedan menos de dos años en la Casa Blanca. No creo, afortunadamente, que logreimponer sus ideas, que son, parece, las de Kupchan. Un mundo sin cabeza es mucho más peligroso.