Desde que el país empezó a experimentar un segundo período de bonanza petrolera, una enorme cantidad de personas mencionó que dado que aquella riqueza no provenía de una fuente bajo nuestro control, había que ser cuidadosos con la administración de los recursos.
En cuanto espacio fue posible se resaltó la necesidad de administrar con austeridad tales ingresos extraordinarios y tomar las precauciones necesarias para el momento en que el flujo disminuya. Se optó por otra visión, se insistió en un modelo que ha privilegiado el gasto público y ahora, cuando la tendencia mundial señala que la declinación del precio del principal producto de exportación podrá extenderse por un buen tiempo, salvo que mediare algún asunto imponderable que nuevamente presione hacia arriba el valor del crudo, nos vemos en la necesidad de volver a los inicios y replantear el asunto para que, en lo posible, la probable disminución de la renta petrolera nos afecte lo menos posible. Nada sacamos con mirar hacia atrás, salvo la importancia de aprender de la lección vivida. Es cierto además que el año que culmina, en promedio, el precio del barril que sirvió para la preparación del presupuesto estatal es el que fue calculado, pero al parecer las condiciones para el año superviniente no serán las mismas.Si los cálculos de los analistas son acertados y el precio se mantiene en una base no inferior a los setenta dólares por barril, aún contaríamos con un precio que permitiría readecuarnos a las nuevas circunstancias sin medidas traumáticas, siempre y cuando se tomen los correctivos del caso.
También es de esperar que las obras de infraestructura que se mantienen en la agenda gubernamental sean objeto de una reprogramación de acuerdo con su importancia y urgencia.
Pero, por sobre todo, es trascendental voltear la mirada al sector privado y dotarle de las certezas necesarias para que reasuma el papel preponderante que ha tenido en la economía. Si la inversión pública no será del mismo orden que la de otros años, habría que intentar que los recursos de los particulares se vuelquen hacia el sector productivo, no por decretos o normas intervencionistas que han demostrado que no funcionan en ningún lado, sino por convicción de los emprendedores que pueden percibir oportunidades que les sean atractivas.
La solución no es buscar más recursos en los bolsillos de los contribuyentes, ni pretender bajo ningún argumento aumentar la carga impositiva ya de por sí elevada. Eso demorará aún más la recuperación de la economía. Tampoco es el momento de considerar reformas que en nada beneficiarán a la generación de nuevos empleos, manteniendo en la misma situación a cientos de miles de personas que se desesperan por conseguir una plaza de trabajo en el sector formal de la economía. Es la oportunidad de repasar la experiencia pasada, mirar a los costados y aplicar los ejemplos de los países que supieron hacer las tareas en forma apropiada y que ahora se encuentran en condiciones muy favorables, para enfrentar tiempos que no son los del espejismo de la abundancia.
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