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Las sociedades se transforman naturalmente en la medida en que son libres. Nada nuevo bajo el sol. Para ser libre el ser humano precisa un aceptable sustento diario, acceso a servicios de salud preventiva y curativa, espacios y tiempo para el ocio, una educación cuya meta no sea acumular conocimiento sino dotar a los educandos de herramientas que propendas a crear espíritus curiosos e inventivos. Lugares comunes, me dirán los lectores. Aceptado. Sin embargo, deseo reiterar sobre lo último. Toda sociedad libre e inteligente debe estar en contacto con el conocimiento de la lógica y la filosofía; éstas auspician la creación de prácticas inquisitivas, requisitos indispensables para ser creativos, inventivos. Alrededor de la filosofía, otras ciencias humanas/sociales juegan roles similares desde espacios más especializados. Hablo de historia, estética, geografía humana o antropología, y todas las combinaciones posibles.
A modo de lechuzas atentas en la noche, el conocimiento y la praxis de las ciencias humanas velan por la sabiduría de las sociedades, advierten lugares obsoletos y execrables, visibilizan peligros y cuestionan malas prácticas, proponen nuevas formas de operar, sugieren o avizoran modificaciones culturales emergentes. Finalmente también estas nuevas prácticas instaladas por un tiempo, el tiempo que sea necesario, se convierten en la memoria de dichas sociedades. Una memoria que requiere ser archivada, pero también rememorada según ameriten las circunstancias. Es un proceso sin fin. Sin esta pata firme, adoptada y sostenida por los inventores del pensamiento social y humano, las ciencias duras y/o productivas simplemente pululan en el vacío; vuelan ciegas en un campo de acción que da la espalda a las mismas sociedades que dicen servir.
No dejé de pensar en todo aquello mientras escuchaba los recitales de poesía, conversatorios, seminarios, entrevistas y ponencias preparados para el XII Encuentro Internacional de Literatura Alfonso Carrasco, que se celebra en Cuenca desde hace unos 25 años. Una disección social y pertinente, “La palabra y sus poderes: una reflexión sobre las literaturas desde el Ecuador”, tema del encuentro. Enseguida recordé el sinnúmero de programas de pregrado en historia o literatura que agonizaban o habían cerrado; rememoré que solo el 2,6% de programas de posgrado nacionales oferta estas materias.
El cambio de la matriz productiva parece estar ligado a la producción de papas y software, no precisamente al pensamiento crítico. La paulatina erradicación de las prácticas educativas sociales y humanas es tan evidente y grave que solo puedo imaginar que se las ve como amenazantes a sistemas políticos que se van autoblindando frente a cualquier pensamiento disidente.