No es fácil encontrar, o construir, una definición justa y completa de “empresario”, cuando de un tiempo a esta parte, de manera estrepitosa, ese término se ha devaluado; me refiero tanto al ámbito nacional como al internacional, ya que empresas de renombre en los países llamados “desarrollados” o “industrializados”, de Norteamérica y del resto del mundo, han fracasado escandalosamente, obligando a que los respectivos gobiernos de esas naciones -y sus ciudadanos- carguen con la responsabilidad ajena de afrontar inconmensurables daños en una cadena de embates económicos, sociales y ambientales.
Legítimo es que el objetivo vital de una empresa sea lograr utilidades y, mejor, mientras más cuantiosas sean; en ese afán, las empresas generan plazas de trabajo, pagan impuestos, intentan someterse al marco jurídico que les corresponde y, así, se esfuerzan por cumplir celosamente con sus obligaciones; sin embargo, aquel paradigma de ganar más y mejor se deprecia, porque no es completo y se torna arcaico; allende el marco legal -que no resulta suficiente- soslaya el cómo obtener riqueza, qué medios se deben utilizar y cuáles no; mejor aún, en cómo distribuir esa riqueza, pero, de manera equitativa y justa; recordemos que un acto humano es calificado como ético y moral cuando el fin es bueno y los medios para lograrlo también son buenos; pero, si el fin es bueno y los medios utilizados no lo son, ese acto humano es inmoral.
Tal entramado es oportuno para reflexionar sobre nuevos paradigmas que florecen para el mundo de los negocios lícitos, lastimosamente, una reflexión sin acción es un desperdicio: encuestas realizadas a empresarios sobre RS (responsabilidad social), descubren su pensamiento positivo acerca del tema, del que hablan más ahora que hace unos pocos años, pero, del hablar al actuar, hay un largo caminar ¿cuáles son las empresas que, de manera auténtica, practican RS? Desde luego, no son aquellas que pagan para que se les incluya en pomposas publicaciones, estén en el Internet o en revistas, con un simple afán comercial, que confunden al lector y desorientan sobre la aplicación auténtica de la RS, la que clama por ser ejercida de manera íntegra, no solo con “buenas prácticas”, paños tibios o con retoques de imagen, que disfrazan y maquillan su conducta, con base en “acciones verdes” u obras de caridad, ostentando una limosna mal entendida.
Transparencia y rendición de cuentas, dos medios ineludibles, tan cacareados pero poco ejercidos, entre otros, que las empresas -tanto públicas como privadas- deberían practicar; reiteramos: no con publicaciones interesadas y artificiosas, con autoalabanzas, con esbirros piropos y lindas fotografías, sino con genuinos informes que develen cifras, hechos, datos, indicadores cualitativos y cuantitativos, con evidencias sujetas al escrutinio objetivo de sus grupos de interés y, por qué no, a una genuina auditoría externa.