Después de más de un siglo, Raúl Castro, presidente monárquico de la República de Cuba, hizo un mea culpa contundente y describió el fracaso del Gobierno autoritario que lidera. No ahorró conceptos ni éticos ni económicos para afirmar cómo el sistema ha fracasado. Una descripción valiente para algunos y realista para otros: pero claramente tardía. La falta de libertades y la conculcación de los derechos ciudadanos están visto desde el génesis que constituye un severo cercenamiento de las capacidades de evolución y de prosperidad humanas. Se las pueden hacer desde gobiernos autoritarios como el de Cuba o desde cuasi dictaduras donde la obsesión de acabar con todo atisbo de libertad se constituye probablemente en el ejemplo más claro de cómo se van acabando con la iniciativa privada y las ganas de progresar de quien se esfuerza y produce. ¿Por qué hacerlo cuando el Estado puede disimular su incapacidad de promover el bienestar premiando a los que no trabajan a cambio de expresar lealtades en cualquier marcha o manifestación que convoque el Gobierno? Los cubanos han tardado más de 50 años para darse cuenta de que han elegido el camino incorrecto.
Cuando vemos gobiernos escogidos por el pueblo bajo el concepto de que vienen a liberarlos de los lastres de un sistema capitalista que los llevó a la pobreza pero en su camino acaban con toda forma de disenso y de crítica, lo que en verdad observamos es cómo aniquilan la capacidad de emprender, de hacer, de innovar de una sociedad que ve el peligro de realizarlo ante un Gobierno que controla todo y persigue cualquier forma de disenso. En ese ambiente no prospera ningún grupo humano y finalmente cuando los gobernantes hagan la autocrítica como la que hizo Raúl Castro en la semana, habrá el cinismo encontrado su forma de representación más elocuente. Ya no estarán a los que acusar del pasado porque ellos- el Gobierno- son pasado, presente y futuro. Ya no serán las amenazas del Norte ni los oligarcas empotrados. Ellos serán Gobierno y oposición en una mezcla extraña de roles que gobierna sobre el desconcierto y el sofisma. Cuando se reconozca todo eso, más de dos generaciones habrán perdido el fuego de la libertad, de la iniciativa y de la prosperidad No tendríamos que esperar tanto tiempo para darnos cuenta de las cosas que no conducen a que la sociedad viva bien. El sofisma, la retórica virulenta, la provocación constante y el ejercicio del poder sostenido en una justicia obediente y servil más temprano que tarde acaban con el entusiasmo y el vigor ciudadano que finalmente es lo que sostiene el desarrollo de los pueblos.
Cincuenta años después es demasiado tarde para reconocer algo obvio que podría haberse conocido antes que la borrachera autoritaria acabara con la libertad, el emprendedurismo y el futuro de los pueblos.