Navidad=consumo. Populismo=consumo. Dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí. Éjem. Ya es un lugar común lamentar que la Navidad se haya convertido en una fiesta compulsiva, pretenciosa, a veces insoportable pues a nombre del amor y la amistad se lanza una millonaria y atosigante campaña de publicidad destinada a fomentar la adquisición desmedida e irracional de miles de adminículos frívolos que serán intercambiados con otros regalos igualmente inservibles. Y caros. De allí que para mucha gente la Navidad no sea un festejo sino un calvario que debe enfrentar recurriendo al endeudamiento suicida, al estilo del ministro De la Torre.
No son todos, claro, porque las exigencias del consumo no impactan por igual en toda la escala social. Ni los ricos ni los jerarcas correistas requieren de navidades pues las tienen todo el año, ni los muy pobres pueden costeárselas y les suenan tan ajenas como un viaje a Disneyworld. O a Bruselas. A quien más estragos causa esa maratón de las apariencias es a una vieja conocida nuestra, la amante bipolar, esa clase media que se estresa y se deprime porque nada angustia más que la alegría programada, los regalos obligatorios y la reunión forzada de parientes que no se pueden ver pero celebran juntos un mito religioso y político: el advenimiento del Mesías. Para colmo, comiendo pavo.
Resignado este servidor a su porción de esa insípida pechuga aderezada con mermelada, piensa que la Navidad delata varios aspectos de la sociedad actual. Aunque no faltan románticos que intentan revivir los tiempos cuando se cantaba la novena del Niño en los nacimientos de los barrios y las iglesias, hace décadas que la esquina del barrio se trasladó al mall, templo del modelo consumista que tuvo un gran impulso con los populismos de izquierda de América Latina. Según The Economist, mientras los países asiáticos instalaban industrias, acá se abrían shopping centers. Y, añado yo, las fiestas religiosas se convertían definitivamente en orgías del consumo, identificándose con la política.
Porque, díganme ustedes, ¿qué es el populismo sino la Navidad permanente con los recursos públicos, donde el caudillo, esa mezcla de Papá Noel gringo, Mesías que viene a salvar a los desvalidos y capo de la Cosa Nostra, reparte miles de millones de dólares a su gallada, inyecta algunos recursos volátiles al bolsillo de la clase media para acelerar el consumo y eleva en 30 dólares el bono de la pobreza para que los marginados sigan votando por él?
Pero cuando pierden el poder son capaces de cualquier humillación para recuperarlo. Así vemos a Correa y Patiño colándose en una reunión de cancilleres en Panamá y viajando luego a la OEA, esa institución a la que tanto denigraron, a presentar una denuncia falsa contra el Ecuador y seguramente aprovechar el viaje (¿pagado por quién?) para realizar algunas compras navideñas en la odiada capital del imperio.
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