¿Podremos pensarnos como “escuchas” en vez de espectadores? Esto es precisamente lo que nos plantea una maravillosa exposición en el Centro de Arte Contemporáneo dedicada a nuestro gran compositor de música electrónica Mesías Mayguashca, residente en Alemania desde hace muchos años. Música de consumo más bien restringido, “música en tensión”; esta puesta en escena busca llegar a un público no especializado. Lo hace al alternar facetas de su vida cotidiana, recobrar espacios de estudio de un compositor, visibilizar sus partituras, los objetos que le ayudaron a producir extraordinarios sonidos como una paila de fritada, su escultura sonora “El ser” que podemos tocar a diestra y siniestra. Por si esto fuera poco, nos sentamos cómodamente, y con los audífonos puestos escuchamos su “Ayayayayay”, mientras revisamos, las partituras como objetos de escritura, los gráficos, las anotaciones, los comentarios de otros músicos. En display 12 composiciones que configuran una especie de antología.
Detrás del tinglado, Fabiano Kueva, curador y artista sonoro. Si, de veras, un trabajo de curaduría anómalo: un artista mirando los procesos de otro, con paciencia, delicadeza y respeto. Se ha creado una notable sinergia entre ambos, una sinergia que rebasa la experticia. Dos años de construir la relación de observante y observado, de intentar quitar el peso histórico de una música intelectual, extraordinariamente compleja; de poner el acento en los procesos y los públicos, en la captación de nuevos públicos, diría. De fijar cuidadosamente los tiempos de capacidad del escucha, que la aventura de escuchar una y otra pieza aunque sea a medias, sea eso, una aventura distinta cada vez. Que sintamos las diferencias entre la música instrumental, electrónica y percutiva.
Mayguashca comentó hace años un disco de Kueva. Mayguashca le abre su archivo, su casa, sus procesos, su forma de buscar y crear nuevos sonidos, de inventar máquinas sonoras, de conectarse con orquestas y ensambles reconocidos en Europa y Estados Unidos. Kueva responde a su generosidad destacando su capacidad de trabajar en colectivo, de aprender fuera del conservatorio, de que los escuchas sintamos el deseo de ser sonoros o de reconocernos como tales. En este tipo de procesos curatoriales se trata de decodificar las claves de un difícil alfabeto: Julián, el joven de 12 años, hijo del curador, acompaña dando nuevas luces. Los circuitos y recorridos están establecidos para que podamos caminarlos sin intimidación, con enorme deleite.
Es una exposición que debiera ser captada por otras ciudades; perfecta para las labores pedagógicas de una Bienal de Cuenca o del Museo Nacional en Guayaquil. Montar una muestra de esta naturaleza merece moverse. La inversión inicial está realizada, lo demás puede ser una simple voluntad política.