Jeane Kirkpatrick, diplomática norteamericana en la era de Reagan, decía que, como académica, se había adiestrado para buscar la verdad, pero, como diplomática, a veces su detestable función era ocultarla.
Guillermo (Willy) Cochez, democristiano, profesor y ex embajador ante la OEA del gobierno panameño de Ricardo Martinelli, enfrentó un dilema similar al de Kirkpatrick, mas optó por su conciencia antes que mentir o parapetarse tras eufemismos. Eso le costó su cargo, pero le ganó el respeto de muchísima gente.
Ocurrió el 16 de enero en la sede de la OEA en Washington. Ahí ventilaban la insólita situación del reelecto Hugo Chávez, hospitalizado en Cuba, presuntamente muy grave, circunstancia que debió resolverse según dictaba la Constitución venezolana: elecciones en 30 días.
Al embajador Cochez le pareció intolerable que el Gobierno venezolano ignorara la ausencia de Chávez, y transmitiera ilegalmente la autoridad al vicepresidente Nicolás Maduro, con el tácito beneplácito de la OEA y de su secretario general, José Miguel Insulza. Anteriormente, este organismo había juzgado severamente las destituciones de los presidentes Zelaya, de Honduras, y del paraguayo Lugo, aunque ambos procesos siguieron la ley vigente en esos países.
Para Cochez esa era una oportunidad de denunciar lo que realmente ocurría en Venezuela.
La Carta Democrática, firmada por todos los países miembros de la OEA, daba la razón a Cochez. Venezuela no era una democracia. El Caudillo había fagocitado al Poder Judicial, mientras el Parlamento, con mayoría forzada por reglas electorales abusivas, era la voz del amo.
Este episodio, que demuestra la coherencia moral de Guillermo Cochez y el doble lenguaje y la cobardía de numerosas cancillerías, resalta un elemento que suele olvidarse: es falso que las naciones deban escoger entre sus intereses y sus principios.
En realidad, las naciones sólo pueden tener principios. Son los individuos, las empresas, los partidos quienes tienen intereses.
Chávez corrompió a numerosos grupos y líderes políticos con maletas llenas de petrodólares o con envíos de petróleo en condiciones ventajosas, pero esa conducta inmoral tiene un nombre en derecho penal: “sometimiento voluntario a la extorsión”.
Todos esos políticos y gobernantes latinoamericanos que miran para otro lado cuando el chavismo atropella a los venezolanos, cierra o acosa a los medios, ayuda a las narcoguerrillas comunistas colombianas, se colude con la teodictadura iraní para elaborar armas nucleares, o contribuye con recursos al triunfo de sus cómplices en la construcción de esa gran jaula llamada Socialismo del siglo XXI, no están defendiendo los intereses de sus países: están pisoteando los principios en los que se asientan sus naciones. Están pudriendo las bases morales de las sociedades que dicen representar. Eso, sencillamente, es muy grave.