Poco alentadores lucen los años sobrevinientes. El mundo ha girado peligrosamente hacia tesis extremas que potencian el recelo hacia el otro, el diferente, el que sirve para achacarle la culpa de los males que padecen las sociedades en su interior, sin que sean capaces de mirarse a sí mismas para, en un ejercicio autocrítico, buscar las soluciones de fondo que remedien sus propios problemas.
En un mundo cada vez más globalizado e interconectado de poco o nada servirán los controles o las barreras al comercio mundial. Si se pretende imponer sanciones a un determinado Estado, a China por ejemplo, al final serán afectados los intereses y las inversiones de los nacionales de los países que, en un momento dado, optaron por recurrir fuera de sus fronteras para ampliar sus negocios y se instalaron en ese país asiático, o en otros, causando un impacto económico al interior de las propias naciones que pretendan corregir las supuestas distorsiones del comercio mundial.
Aquello sin tener en cuenta que, en represalia, esos países también puedan adoptar medidas que cierren aún más sus mercados a los productos originarios de los Estados que impulsen las sanciones. Con ello todos resultan perjudicados cuando sientan los efectos de un menor dinamismo del comercio mundial.
Si aquello sucede en el campo comercial es más dramático aun lo que se evidencia en el ámbito de las migraciones. Cientos de miles de personas desplazadas por la pobreza, la guerra, la falta de oportunidades seguirán buscando refugio en aquellos países que, a su entender, les podrán brindar mejores condiciones de vida y un hálito de esperanza, aun cuando sea mínimo, de progreso. Mientras las precarias condiciones de sus naciones de origen se mantengan inalteradas el flujo migratorio no cesará y lo más probable es que se incremente.
Aquello produce tensiones al interior de los países receptores de los inmigrantes y dan cabida a que se fortalezcan las tesis xenófobas y se potencien las posibilidades electorales de grupos extremistas que exacerban las posiciones nacionalistas provocando un peligroso caldo de cultivo que puede terminar en una situación que se salga de control. Ejemplos sobran a lo largo del Viejo Continente y la ascensión del nuevo gobernante americano, está matizada por estos sentimientos que, sin duda, emiten una señal de alerta.
Al parecer éstos serán los signos que marcarán los años venideros contra los que habrá que bregar si se quiere que el mundo se convierta en un sitio más vivible, donde las grandes diferencias y las exclusiones se reduzcan de manera significante. Eso solo se lo puede llevar a cabo si no se debilita el comercio mundial y no se pierden oportunidades para los países de menor desarrollo. Si bien podrán estar de vuelta los nacionalismos es innegable que el período de paz más grande que ha conocido la humanidad y en la que más ha progresado es cuando esos sentimientos arcaicos han estado represados.
Ojalá la novelería termine pronto y el mundo encuentre espacio para una integración más armónica.
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