El poeta Robert Frost escribió que “buenos muros hacen buenos vecinos”. En medio de su descripción de campos vecinos en la Nueva Inglaterra rural, el pensamiento es sabio. Los muros, las fronteras y muchos otros límites sirven para establecer de manera clara hasta dónde llega la legítima libertad de cada quien, y en qué punto debemos comenzar a respetar la de los demás. Existen legítimos límites a los espacios, a la velocidad, al ruido, a las emisiones tóxicas, a la violencia.
Hay otros, puestos por quienes se arrogan el derecho de imponer límites ilegítimos. El sábado 9 de noviembre, quienes valoramos la libertad celebraremos el 25 aniversario de la caída del Muro de Berlín, una brutal muestra de esa odiosa voluntad de encerrar, limitar, achicar, empobrecer, menospreciar, humillar, y en el extremo anular el espíritu humano.
Debemos celebrar el 9 de noviembre con reflexión profunda sobre el significado y el valor de la libertad. ¿Habrá alguien que no recuerde la imposición de alguna injusticia? Ser libres significa no tener que sufrirlas. ¿Habrá quien no recuerde que se le haya negado un bien o una satisfacción legítima, que no implicaba daño a nadie, por el simple capricho de alguien con poder? Ser libre significa no estar sujetos al poder caprichoso. ¿Vale ser libres? ¿Es la libertad un valor justo y razonable? No todos comparten mis respuestas, pero dejo constancia de ellas: ¡Claro que vale ser libres! La libertad, bien entendida, no convertida en la caricatura que nos presentan quienes quieren quitárnosla, es justa y razonable.
También debemos celebrar el 9 de noviembre reflexionando sobre por qué sigue dándose, vez tras vez, siglo tras siglo, en sitio tras sitio, esa nefasta tendencia a poner límites donde no debe haberlos, y a no respetar los que sí deben existir. ¿Qué lleva al talibán a no querer que se eduquen las niñas representadas por Malala? ¿Qué lleva a un Gobierno a querer imponer su voluntad, no obstante la clara evidencia de que la preferencia de los gobernados es otra? Mucho me temo que la respuesta nos la dio Miguel de Unamuno al hablar del General Millán Astray: “El general es un inválido. No es preciso decirlo en tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. (…) Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes suele sentirse aliviado viendo cómo aumenta el número de mutilados alrededor de él”.
Y ahí está la esencia del problema. Con el ejercicio conscientemente abusivo del poder, sigue aumentando el número de mutilados que aceptan el abuso o no pueden hacer nada frente a él, se resignan, y llenos de muros mentales, buscan someterse.
Pero el Muro de Berlín cayó. Y caerá todo muro, físico o mental, donde el ejercicio del poder sea autolimitado y alcance la grandeza espiritual que no busca más mutilados.