Los refranes son destellos de la sabiduría popular. Por eso siempre resultan verdaderos, pero entre ellos uno de los más auténticos es ese que advierte, “quien mucho habla, mucho yerra”; muchas veces él se equivoca.
No cabe discutir siquiera que el Presidente goza de una facilidad de palabra, una facundia que constituye instrumento de su amplio poder de comunicación, pero ¡claro!, supone el peligro que va dentro de la médula expresada por el sabio refrán.
En el caso más reciente el mandatario viajó hasta Argentina, a una universidad para recibir, con ironía y todo, un premio destinado a reconocer el servicio a la libertad de información (!!). Entonces entre una de las entrevistas con una periodista de CN5, también ocurrió el peligroso exceso de facundia, en torno del que había advertido el refrán, puesto que Correa hizo la comparación desventurada de un episodio del terrorismo mundial que sucedió en Buenos Aires y los eventos que en Libia culminaron con la desaparición del ominoso dictador Gadafi.
Coincidencialmente, ese mismo día de la facundia de Correa, recibí cierto libro editado por el núcleo chimboracense de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. ‘Disquisiciones’ y se destina a recoger los comentarios efectuados durante unos meses, por el excelente publicista Marco Chiriboga Villaquirán, a través de radio y TV. El título resultó el único punto flaco del libro, ya que asoma como demasiado general y casi inocuo, pero alude a momentos claves del más reciente período, analizados y sometidos a talentosa crítica con inteligencia y abundantísima erudición, a más de emocionada vocación de servicio a la comunidad. Revela el autor que nunca perteneció a partido político alguno y recalca que “la patria es una sola y que todos aspiramos a su grandeza” (¿qué rezongará el contemporáneo pirata cibernético, desde la Embajada de Londres?)
Todos los comentarios incluidos en esta primera selección son muy enjundiosos. Es suficiente advertir cómo el análisis de 27 de agosto del 2007, ya apuntó: “Cuando alguien grita, lo más probable es que no tenga la razón”, y allí se narró el caso de las polémicas mantenidas por el filósofo Guillermo Leibniz en la Universidad de Leyden (Países Bajos) con profesores y alumnos, en torno de cuestiones de filosofía, teología y la evolución científica que estaba registrándose.
Leibniz notó que un zapatero era de los que llegaban primero al salón. Intrigadísimo el filósofo le preguntó si conocía latín como para entender aquellas controversias, pues el latín era el idioma oficial de la cultura. El zapatero respondió: “no sé nada de latín ni quiero aprenderlo. Yo solo vengo a ver cómo discuten”. Y ante la objeción de Leibniz: “cómo puede saber quién tiene razón en los debates”, el zapatero explicó: “cuando alguien grita y se descompone, doy por descontado que no tiene la razón” (!!).