Desde el verano del 2016, la economía global ha experimentado un período de expansión moderada, en el que la tasa de crecimiento se aceleró gradualmente. Lo que no repuntó, al menos en las economías avanzadas, es la inflación.
Como una demanda más sólida significa menos holgura en el mercado de productos y laboral, se podría esperar que la reciente aceleración del crecimiento en las economías avanzadas trajera aparejado un repunte de la inflación. Sin embargo, la inflación de base ha caído en Estados Unidos este año y se mantiene persistentemente baja en Europa y Japón.
Una explicación es que las economías desarrolladas experimentan shocks de oferta positivos. La globalización mantiene baratos los bienes y servicios que provienen de China y otros mercados emergentes. Sindicatos más débiles y un poder de negociación reducido han aplanado la curva de Phillips, en tanto el bajo desempleo estructural produce escasa inflación salarial. Los precios del petróleo y otras materias primas son bajos o declinan. Y las innovaciones tecnológicas están reduciendo los costos de los bienes y servicios.
La mayoría de bancos centrales creen que si la inflación afectara el precio de los activos, se la podría contener con políticas crediticias y no mediante la política monetaria.
Por supuesto, los bancos centrales de los países avanzados esperan que esta inflación de los activos nunca se produzca, porque la inflación está siendo contenida por shocks de oferta temporarios y, en consecuencia, aumentará tan pronto como se ajuste el mercado de productos y el laboral. Pero, frente a la posibilidad de que la baja inflación de hoy pueda deberse a shocks de oferta permanentes, tampoco están dispuestos a aplicar más distensión ahora.
De modo que, aunque los bancos centrales no quieran abandonar su meta de inflación formal del 2%, sí están dispuestos a prolongar el tiempo para alcanzarla, como ya lo han hecho una y otra vez, admitiendo en definitiva que la inflación puede mantenerse baja por más tiempo. De lo contrario, tendrían que mantener por un período más prolongado sus políticas no convencionales, entre ellas la flexibilización cuantitativa y las tasas de políticas oficiales negativas, una estrategia con la que la mayoría de los bancos centrales (con la posible excepción del Banco de Japón) no se sienten cómodos.
Esta paciencia de los bancos centrales amenaza con desanclar las expectativas inflacionarias a la baja. Pero seguir por mucho más tiempo con políticas monetarias no convencionales también conlleva el riesgo de una inflación indeseable de los precios de los activos, un crecimiento excesivo del crédito y burbujas. Mientras se mantenga la incertidumbre sobre las causas de la baja inflación, los bancos centrales tendrán que equilibrar estos riesgos en competencia.
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